ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Anverso, billete 5€ 2013
Foto enviada por eufra7dos@hotmail.com

El rey, contento al ver que su esposa pensaba como él, corrió al armario y, abriéndolo, hizo salir a sus dos hijos y a Juan, diciendo:
- ¡Loado sea Dios; está salvado y hemos recuperado también a nuestros hijitos!
Y le contó todo lo sucedido. Y desde entonces vivieron juntos y felices hasta la muerte.
-Mi querida esposa, podemos devolverle la vida, pero ello nos costará sacrificar a nuestros dos hijitos.
Palideció la Reina y sintió una terrible angustia en el corazón; sin embargo, dijo:
-Se lo debemos, por su grandísima lealtad.
El Rey estaba lleno de contento. Cuando oyó venir a la Reina, ocultó a Juan y a los niños en un gran armario. Al entrar ella, díjole:
- ¿Has rezado en la iglesia?
-Sí -respondió su esposa-, pero constantemente estuve pensando en el fiel Juan, que sacrificó su vida por nosotros.
Dijo entonces el Rey:
-Tu abnegación no quedará sin recompensa -y, cogiendo las cabezas de los niños, las aplicó debidamente sobre sus cuerpecitos y untó las heridas con su sangre. En el acto quedaron los niños lozanos y llenos de vida, saltando y jugando como si nada hubiese ocurrido.
- ¡Por ti sacrificaría cuanto tengo en el mundo!
-Siendo así -prosiguió la piedra-, corta con tu propia mano la cabeza a tus hijos y úntame con su sangre. ¡Sólo de este modo volveré a vivir!
Tembló el Rey al oír que tenía que dar muerte a sus queridos hijitos; pero al recordar la gran fidelidad de Juan, que había muerto por él, desenvainó la espada y cortó la cabeza a los dos niños. Y en cuanto hubo rociado la estatua con su sangre, animóse la piedra y el fiel Juan reapareció ante él, vivo y sano, ... (ver texto completo)
- ¡Ay, mi fiel Juan, si pudiese devolverte la vida!
Y he aquí que la estatua comenzó a hablar, diciendo:
-Sí, puedes devolverme a vida, si para ello sacrificas lo que más quieres.
A lo que respondió el Rey:
Transcurrió algún tiempo y la Reina dio a luz dos hijos gemelos, que crecieron y eran la alegría de sus padres. Un día en que la Reina estaba en la iglesia y los dos niños se habían quedado jugando con su padre, miró éste con tristeza la estatua de piedra y suspiró:
El Rey y la Reina se afligieron en su corazón.
- ¡Ay de mí! -se lamentaba el Rey-. ¡Qué mal he pagado su gran fidelidad!
Y, mandando levantar la estatua de piedra, la hizo colocar en su alcoba, al lado de su lecho. Cada vez que la miraba, no podía contener las lágrimas, y decía:
- ¡Ay, ojalá pudiese devolverte la vida, mi fidelísimo Juan!
He sido condenado injustamente, pues siempre te he sido fiel.
Y explicó el coloquio de los cuervos que había oído en alta mar y cómo tuvo que hacer aquellas cosas para salvar a su señor. Entonces exclamó el Rey:
- ¡Oh, mi fidelísimo Juan! ¡Gracia, gracia! ¡Bajadlo!
Pero al pronunciar la última palabra, el leal criado había caído sin vida, convertido en estatua de piedra.
Al día siguiente, el leal criado fue condenado a morir y conducido a la horca. Cuando ya había subido la escalera, levantó la voz y dijo:
-A todos los que han de morir se les concede la gracia de hablar antes de ser ejecutados. ¿No se me concederá también a mí este derecho?
-Sí -dijo el Rey-. Te lo concedo -entonces el fiel Juan habló de esta manera:
- ¡Quién sabe por qué lo hace! Dejadlo, que es mi fiel Juan.
Celebróse la boda, y empezó el baile. La novia salió a bailar; el fiel Juan no la perdía de vista, mirándola a la cara. De repente palideció y cayó al suelo como muerta. Juan se lanzó sobre ella, la cogió en brazos y la llevó a una habitación; la depositó sobre una cama, y, arrodillándose, sorbió de su pecho derecho tres gotas de sangre y las escupió seguidamente. Al instante recobró la Reina el aliento y se repuso; pero el Rey, que había ... (ver texto completo)
- ¡Fijaos, ahora ha quemado la camisa de boda del Rey!
Pero éste dijo:
-Callaos y dejadle hacer. Es mi fiel Juan. Él sabrá por qué lo hace.
Al llegar al palacio y entrar en la sala, puesta en una bandeja, apareció la camisa de boda, resplandeciente como si fuese tejida de oro y plata. El joven Rey iba ya a cogerla, pero el fiel Juan, apartándolo y cogiendo la prenda con manos enguantadas, la arrojó rápidamente al fuego y estuvo vigilando hasta que la vio consumida. Los demás servidores volvieron a desatarse en murmuraciones:
- ¡Ea! -exclamó el Rey-. Este caballo me llevará a palacio.
Y se disponía a montarlo cuando el fiel Juan, anticipándose, subióse en él de un salto y, sacando la pistola del arzón, abatió al animal de un tiro. Los servidores del Rey, que tenían ojeriza al fiel Juan, prorrumpieron en gritos:
- ¡Qué escándalo! ¡Matar a un animal tan hermoso, que debía conducir al Rey a palacio!
Pero el monarca dijo:
Después de haber hablado así, los cuervos remontaron el vuelo, y el fiel Juan, que lo había oído y comprendido todo, permaneció desde entonces triste y taciturno; pues si callaba, haría desgraciado a su señor, y si hablaba, lo pagaría con su propia vida. Finalmente, se dijo, para sus adentros: «Salvaré a mi señor, aunque yo me pierda».
Al desembarcar sucedió lo que predijera el cuervo. Un magnífico alazán acercóse al trote:


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