ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Atardecer en mayo
Foto enviada por Qnk

Aquellos dotados de razón comprenderán. Aquellos con poca razón, pueden adquirirla mediante este relato.
No existe “camino” mediante el intelecto ordinario.
El ser humano no está informado acerca de la divinidad.
Cada uno había palpado una sola parte, y todos los habían percibido erróneamente. Ninguno conocía la totalidad: el conocimiento no es compañero de los ciegos. Todos imaginaron algo, pero algo equivocado.
El hombre que había tocado la oreja dijo:
-Es una cosa grande, rugosa, ancha y gruesa, como un felpudo.
El que había palpado la trompa dijo:
-Yo conozco los hechos reales, es como un tubo hueco, horrible y destrfuctivo.
El que había tocado sus patas dijo:
-Es poderoso y firme, como un pilar.
Cuando volvieron, sus conciudadanos, impacientes, se apiñaron a su alrededor. Estaban ansiosos por saber la verdad en boca de aquellos que se hallaban errados. Les preguntaron por la forma y aspecto del elefante, y escucharon cuanto les dijeron.
La población estaba ansiosa por conocer el elefante y algunos ciegos se precipitaron a su encuentro. Como no conocían su forma y aspecto, tantearon para reunir información, palpando alguna parte de su cuerpo. Cada uno pensó que sabía algo, según la parte que alcanzó a tocar del enorme animal.
Cuento asiático

Los ciegos y la cuestión del elefante

Más allá de Ghor había una ciudad en la que todos sus habitantes eran ciegos. Cierto rey llegó un día a las proximidades de la ciudad con su cortejo y su ejército, y acampó en el desierto. Tenía un poderoso elefante, que usaba para atacar e incrementar el temor de la gente.
Al final se casaron entre cánticos, bailes y confetis. En otra historia al mejor esto no habría ocurrido, pero ya se sabe que los cuentos siempre terminan bien y nunca dejan un sabor amargo en la boca.
Entonces el príncipe se acordo de la muchacha que le había librado del encantamiento. ¿Podía ser realmente ella la desconocida del palacio de enfrente? Salio del ataúd de un salto, avergonzado, pues no sabía como pedir perdón. Pero justamente en ese momento llegaron las tres hadas en medio de una gran pompa y le dijeron que estaba perdonando y que su señora le esperaba.
– ¡Mira que eres estupido! ¿Y por el amor de una mujer has llegado a esto?
Al oir aquel bullicio, la princesa se asomó a la ventana y, al ver que el vivo fingía que esta muerto, gritó:
– ¡Sólo me casaría contigo si te viese encerrado en un ataúd!- respondió la princesa, y el príncipe no espero a que se lo dijeran dos veces: se tumbó en un ataúd y luego ordenó a los criados que le llevaran en procesión por la calle, llorando como si fueran a un funeral.
Le hicieron saber que debía dejarla en paz, porque ella no quería volverle a ver, pero él, obstinado, envió a alguien para que le preguntase si se dignaba a casarse con él.
Las hadas la llevaron corriendo a casa y cerraron la puerta con llave, dejando fuera al príncipe mientras se tiraba del pelo.