Imaginaos qué alegría cuando el hermano más joven volvió a casa con el mantel mágico que preparaba por sí solo la comida y la cena, con el gallito que escupía monedas de oro cada vez que cantaba y con el garrote embrujado que golpeaba cuando uno quería.
La miseria desapareció para siempre de aquella casa y nadie volvió a decirle al hermano menor que era corto de entendederas.
La miseria desapareció para siempre de aquella casa y nadie volvió a decirle al hermano menor que era corto de entendederas.