Y sin decir otra palabra, el misterioso anciano se retiró del
palacio. A la mañana siguiente, el rey despertó como de
costumbre asomándose a la
ventana de su cuarto. Pero, para su sorpresa, pudo divisar a lo lejos dos aves que se acercaban volando a toda velocidad. ¡Eran sus queridas águilas!