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ALCONCHEL DE LA ESTRELLA (Cuenca)

Agua y vegetación
Foto enviada por Qnk

Admirando sus palabras, el rey le entregó al anciano las cien monedas de oro que le había prometido y se marchó al campo con sus águilas para contemplarlas en pleno vuelo. Desde entonces, el reino fue uno de los más felices en toda la región.
Así sucede muchas veces en la vida cuando nos enfrentamos a lo desconocido – le dijo el anciano al rey – Sin embargo, todos tenemos el poder de cambiar y hacer todo aquello que nos propongamos. Lo más importante es tener seguridad en nosotros mismos.
En ese momento, el rey comprendió que sus águilas no tenían ningún problema, simplemente tenían miedo de abrir sus alas y levantar el vuelo.
Pues muy fácil, mi señor. Simplemente he cortado las ramas de los árboles para que las águilas no tengan otra salida que echar a volar.
– ¿Cómo lo has conseguido, noble anciano? ¡Tienes que decirme!
– Pues sí Majestad. Ha vuelto la alegría a su reino – dijo el anciano con una voz dulce y apagada.
– ¡Qué alegría! Cuán emocionado estoy – exclamaba el rey alzando los brazos hacia sus aves.
Agitado por la emoción, el monarca bajó rápidamente las escaleras para contemplar aquel suceso maravilloso, y al llegar al trono se encontró con el anciano nuevamente mientras las águilas revoloteaban por el interior del castillo.
Y sin decir otra palabra, el misterioso anciano se retiró del palacio. A la mañana siguiente, el rey despertó como de costumbre asomándose a la ventana de su cuarto. Pero, para su sorpresa, pudo divisar a lo lejos dos aves que se acercaban volando a toda velocidad. ¡Eran sus queridas águilas!
– No se preocupe, nos veremos bien temprano en la mañana.
– ¡Te pagaré cien monedas de oro si lo consigues! – gritó desesperadamente el rey al ver que por lo menos existía una esperanza.
– Majestad, vengo de una tierra lejana y ha llegado a mis oídos la terrible noticia de que sus águilas no pueden volar. Si usted me lo permite, yo podré ayudarle.
Un buen día, arribó al palacio un anciano humilde que pidió hablar de inmediato con el rey. Al llevarlo ante el trono, el anciano se arrodilló a los pies del monarca, pero este apenas le hizo caso, pues su tristeza ocupaba todos sus pensamientos.
El rey no podía creer aquello y de repente rompió a llorar desconsoladamente. La noticia fue llegando a cada uno de los habitantes. Era un día triste para el reino, los niños no querían sonreír y las personas trabajaban con desgano.
– Majestad, no es fácil lo que debo decirle. Usted ha visto cómo han crecido las águilas, y por años no he hecho otra cosa que no sea alimentarlas y cuidarlas. Sin embargo, ahora que son grandes, he visto que las pobres… ¡No pueden volar! Simplemente se la pasan todo el día posadas en las ramas de un árbol.


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