Compramos energía a futuro

TURON: Lazaro Alonso, amante de dipteros y miriápodos, nunca...

UNO.

Peñafonte calentaba sus alientos.
Densos remolinos de humo extraviaban las formas de los tejados.
Se extinguian los ultimos restos de luz sobre los maizales.
Horreos, casas y establos se arropaban en el trino de los zarzales y en el perfume de la mejorana, bajo el amparo de la Peña del Cuervo, que se levantaba al Norte, sobre el brotar de las fuentes, atalayando, impasible, el monotono alentar de un pueblo fatigado.
Al Sur, a la izquierda del camino de entrada, los minusculos duendes pateaban la escanda y espantaban con su alboroto los ya muy desperdigados residuos de luz.
Carbayos, hayas y castaños extendian sus raices enmarañando cimientos y socavando la tierra, que en sus venas de carbon escondia el temblor de un pueblo adormecido.
Al principio llegaron los buscadores de oro (con Cayo Antisteo el Viejo, Publio Firmio y Publio Carisco), abriendose paso con sus machetes, entre la maleza selvatica de los castañedos, y al socaire de la Peña Grande, que llamaron del Cuervo, sobre un asiento de helechos y peñascos, construyendo sus chozas de madera y abriendo caminos hacia el monte y canalizando algunos manantiales y construyendo el cementerio para albergar a los primeros muertos. Se pintaban la cara de bermellon y almagre para adorar a sus dioses y se alimentaban de pan de bellotas, aceite de nuez y carne de cabra.
Mas tarde llegaron las gentes de los valles, huyendo de las huestes musulmanas de Abd el-Karim, portando sobre sus hombros enormes baules repletos de adminiculos que llamaban reliquias. Y asi anduvieron rodando por esta tierra de helechos las espinas de la corona del Señor Jesucristo, ampolletas con la sangre de virgenes orientales, piedras con las que lapidaron a San Esteban, jirones del pellejo de San Bartolome, astillas del pesebre de Belen, redomas de oleo sagrado y hasta leche de los santos pechos de la Virgen Leocadia. Ellos fueron quienes rozaron las breñas para sembrar la escanda, limpiando la hojarasca de los bosques, determinaron los pastizales, salpicaron las brañas de manzanas y construyeron casas de piedra con tejados de pizarra alumbradas por candiles de sain. Tambien ellos fundaron el monasterio, en el camino de El Valle, y siguieron llenando el cementerio de muertos.
Vinieron despues, a estos montes de Peñafonte, unos grupos de familias buscando cobre y azabache, que no encontraron, pero avecinaron aqui y llenaron las vegas de maiz y mataron raposos y jabalies y construyeron la Ermita de San Roque y tuvieron que agrandar el cementerio porque seguia aumentando la miriada de los muertos.
Llego despues la fiebre del carbon y se agujerearon los montes, se achicaron los bosques, los arroyos de Peñafonte se tornaron brunos y espesos, llegaron los periodicos y los curas y la silicosis y las lamparas de petroleo y los maestros y los nobles castellanos de piel seca y mirada sobrecogida, las letanias de Peñafonte se hicieron mas largas y aumentaron los misterios dolorosos y se construyeron nichos en las paredes del cementerio para poder alojar a tantos muertos.
Y ahora dicen que llega, por el camino de El Valle, la luz electrica, y vamos a tener que empezar a quemar a los muertos.
Y sobre todos, vivos y muertos, llovio siempre sin ninguna misericordia, que no encuentra el Cielo mejor forma de mostrarnos a los hombres su compasion que llorando sobre nosotros hasta reblandecernos los huesos y volvernos de esa manera mansos de corazon, pues no falta quien asegura que los primeros pobladores de esta provincia fueron traidos por el docto varon Tubal, hijo de Iapher y nieto de Noe y que por esta razon el sofocante olor a diluvio nunca jamas se alejara de estos parajes.

Al oriente de Peñafonte, en el patio florido de un caseron antiguo de dinteles historiados y galerias relucientes, tendida sobre una mecedora de mimbre, la viuda Dulce Nombre de Maria se dejaba acariciar por un halito sueve que, saltando las tapias, soltaba en el aire el frescor de las cumbres.
La hemosa viuda Dulce, bien observaba las hileras de hormigas trenzando de rojo los arriates del patio o bien elevaba los ojos al cielo desbaratando en el aire remolinos de sueños.
La tarde se escurria lenta entre nubes de cobre y coros de gorriones. La lluvia habia dejado el tedio en el aire y los pozales atiborrados de agua. Las golondrinas entretejian vuelos en torno a la copa del tilo centenario, que se levantaba, como una tormenta de hojas, en el centro del patio.
A la viuda Dulce Nombre de Maria, de vez en cuando le acariciaba los pechos el tonto Alarico. Se soltaba la ropa y, cerrando los ojos, desparramaba toda su juventud de luto sobre la colcha de media seda, mientras el tonto, con la mirada gris y el cerebro vacante de ingenio, esparcia caricias sobre su cuerpo apretado y blanco, alla por donde ella le iba indicando.
La viuda agradecia sobre manera los arrumacos del tonto, que eran para ella como un desafio a la ingratitud del mundo, y le regalaba navajas con cachas de hueso, pretinas de cordoban y otros preteres diversos. La viuda Dulce rebuscaba en los baules de su difunto marido y siempre encontraba algo apropiado para regalarle al tonto Alarico, desde almanaques gregorianos o estampas de Santa Rita hasta retratos de una tal Matilde Revenga, que era cantante lirica y tenia cara de azafran.
El tonto Alarico lo iba guardando todo en su cofre de hojalata y en las noches de luna llena se sentaba en el corredor de su casa, frente al huerto rectoral, y sacaba despacio cada trofeo, uno a uno, babeando regocijo, para luego volver a gurdarlo todo con la misma parsimonia y en el mismo orden. Aquel cofre contenia su mundo y al abrirlo un vortice suave de sensaciones gratas le apuntaba la razon de tanto desconcierto. La idiotez pasaba la noche subiendo y bajando hasta la cumbre de lo inutil. La posesion y el orden apagaban el vertigo de la debil voluntad.
La viuda Dulce obligaba al tonto a lavarse las manos con jabon frances y agua de rosas, antes de las caricias.
A la viuda Dulce, cuando sentia el frescor de aquellas manos vacilantes, se le abohetaban los pechos, pero no de placer, sino de puro desafio.
-Si hombre, lo teneis que saber. Lazaro Alonso, tambien don Lazaro, y, mucho antes, Lazarin,, el hijo de Deogracias, fue el efimero marido de Dulce Nombre. Fue recaudador durante el gobierno liberal de Garcia Prieto. Amigo personal y hasta creo que algo pariente del diputado Melquiades Alvarez. Siempre anduvo arrimado a la politica. Ocupo algunos cargos de representacion, pero nunca quiso abandonar el pueblo. Tenian una vivienda en la capital, pero paraba muy poco en ella. A su viuda le dejo una buena renta, sobre todo con los prados de Rocellanos, pues ya sabeis que la explotacion del carbon esta cedida en arriendo al marques de Comillas. Era un buen aficionado a la caza y tambien coleccionista de insectos, que hay gente para todo por estos mundos de Dios.

Lazaro Alonso, amante de dipteros y miriápodos, nunca tuvo tiempo de acariciarle los pechos a la joven Dulce. (Y bien que le pesaria a su alma allá por donde anduviera reposando).
Sé que se ahoga su alma de coraje en el infierno al ver como el tonto Alarico me acaricia los pechos, aunque estoy segura de que aun lleva peor lo de Juan Damasceno.
¿Y no temes, Dulce, que aparezca una tarde en forma de ventolera y te agriete la piel para siempre?
No, Maura. ¿No ves que fue suya la falta? El esta pagando su pecado. Yo me soltaba la blusa y el seguia disecando mariposas.
Dulce Nombre de Maria sentia escaparse la tarde por el camino del monte. Su alma se embriagaba de impotencia mientras acariciaba los tejuelos de oro de una tragedia griega, cerrada en su regazo.
A la hermosa viuda Dulce le apasionaban los argumentos infaustos de los autores clasicos. Memorizaba párrafos enteros que luego repetia canturreando, mientras restregaba con el paño la pátina de los candelabros de bronce.

<<Pero ya tanta vida va pasando
de esperar sin objeto, que me rindo
muerta de verme sin consuelo de hijos,
sin sostén de marido cariñoso...>>.

Lazaro Alonso poseia una discreta colección de libros y su mujer empezo a interesarse en ellos en las tardes de fastidio, mientras él preparaba los insectos o engrasaba las escopetas de caza.
A Dulce Nombre, muy pronto comenzó a fascinarla la poesía que hablaba de inquietudes del alma. Leía un rato por las mañanas, antes de que llegase su amiga Maura, para los masajes con leche de Islandia, y también por las tardes, bajo el tilo, excitando a la brisa con su cuerpo de plata, sobre la vieja mecedora de mimbre.
Escucha, Maura. Escucha esto que voy a decirte. En esa hora incierta de la noche en que sientes cómo la soledad te va carcomiendo los huesos, en que presientes que todos los pájaros se han vuelto traidores, en que parece que todos los sueños huyen asustados, en esa hora, Maura, escucho las voces de todos los que estuvieron a mi lado durante la infancia. Y me asusto al comprovar cómo se funden y confunden con los sutiles emidos de aquellos que aun no disfrutan de la existencia.
Mira, Dulce, creo que andas leyendo demasiadas tonterias, y mientras lo haces se te va oscureciendo el amor entre los dedos sin que te des ni cuenta.