TURON: CASTAÑO...

CASTAÑO

Soy un castaño joven. De pura raza asturiana. Mis hojas son dentadas, ovaladas, alargadas; más grandes que pequeñas. Entre ellas, a partir de una edad que aún no he alcanzado, crece mi fruto. Primero engorda un erizo verde con púas y cuando le llega la hora, lo arrojo al suelo, donde acabará abriéndose para dejar asomarse sus entrañas: las castañas. Esto ocurre allá por noviembre, el mes de los magüestos en Asturias. Castañas y sidra dulce. Crudas están un poco duras, de ahí que los humanos prefieran comerlas tostadas. Hubo un tiempo de escasez en el que, a falta de fabes, también abundaba el pote de castañas; ahora en desuso. Se cotiza mi fruta, se recoge y se vende. Tal es su abundancia en tierra asturiana que, junto a la manzana, ha acabado por convertirse en una seña de identidad. Y esa circunstancia, creo, me da una cierta ventaja sobre el roble, que sólo arroja bellotas para los cerdos. Yo alimento a la población y mi belleza no le va muy a la zaga a la de estos bellos quercus que me rodean.
Un día seré centenario, mi tronco se abombará y sobresaldrán en él arterias, cicatrices y oquedades. En ese tiempo futuro, quizás dé yo sombra a los demás.
Pero eso será otra historia.