Y los ojos de Eneka estaban llenos de luz, y los ojos de Clio estaban quietos, fijos en el aire de las flores del cuco, condensando todo lo visto, lo vivido y lo soñado hasta aquel momento.
Eneka siguio hablandole a Clio, sufro como un animal furioso y este amor que le tengo a usted me come poco a poco, y Clio exhalo un ondo suspiro que Eneka no supo interpretar, y este siguio confesandole de rodillas que no habia un instante de sus noches y sus dias sin pensar en ella, que todas las flores del jardin tenian el olor de ella, que todos los guisos y las frutas y el agua de todas las fuentes tenian el sabor de ella y que ella estaba en el tiempo de todas las cosas y en el espacio de cada hora, como el mismisimo Dios, y que el seria desde ese momento lo que ella quisiera que fuera, y asi se libero Eneka de aquel pesado secreto que se habia hecho viejo en su corazon y que no le permitia vivir.