TURON: DON BOSCO SE PONE EN MARCHA...

DON BOSCO SE PONE EN MARCHA

Don Bosco saca rápidamente la cuenta. Aquellos muchachos necesitan una escuela y un trabajo para abrirse un porvenir seguro. Necesitan poder ser muchachos, es decir, soltar sus ganas de correr y de saltar por espacios verdes. Necesitan jugar… Y necesitan encontrarse con Dios para descubrir y realizar su dignidad.

Un día acompaña a otro sacerdote a visitar una cárcel.
Los oscuros corredores, las paredes ennegrecidas y húmedas, el aspecto triste y escuálido de los presos, le turban profundamente. Pero lo que más le duele es ver que hay muchachos detrás de los barrotes. Escribe:

“Me horroricé al contemplar aquella cantidad de muchachos, de 12 a 18 años, sanos y robustos, de ingenio despierto, que estaban allí ociosos, picados por los insectos y faltos en absoluto del alimento espiritual y material”.

“ ¿No se podría prevenir todo esto?”, piensa en estas visitas.

“Lo que más me impresionaba -escribe don Bosco- era que muchos, al salir, estaban decididos a cambiar de vida”. Aunque no fuera nada más que por miedo a la prisión. “Pero al cabo de poco tiempo, terminaban de nuevo allí”.
Intentó averiguar la causa y termina diciendo: “Por estar abandonados a sí mismos”.
No tenían familia o eran rechazados por los parientes, porque la cárcel “les había deshonrado para siempre”.
“Si estos muchachos –decía para mí- encontrasen fuera un amigo que se preocupase por ellos y les atendiese e instruyese en la religión, no volverían a la cárcel”.

Al salir, don Bosco ha tomado una decisión inquebrantable: “Hay que impedir a toda costa que muchachos tan jóvenes terminen en la cárcel”.

En Moschino, barrio mísero de Turín, funda el primer centro de acogida (una pequeña Residencia con un terreno para jugar). En muy poco tiempo su “tropa” se compone de una mayoría de picapedreros, albañiles, estucadores y adoquinadores llegados de aldeas lejanas a la ciudad.

Don Bosco y los primeros Salesianos darán a los jóvenes pobres: catecismo, pan, vestido, enseñanza profesional y colocación protegida por un buen contrato de trabajo.

Busca trabajo para el que no lo tiene y logra mejores condiciones para el que las tiene malas. Además, va a verles al tajo, a la obra. Eso les alegraba infinito al tener un amigo que se preocupaba por ellos. También les gustaba a sus jefes, que tomaban con gusto a chicos que estaban atendidos durante la semana y los días festivos.

Los que salían de la cárcel eran un problema más delicado. Buscaba cómo colocarles uno a uno, con un amo honrado e iba a visitarles durante la semana. Los resultados eran buenos: se entregaban a una vida noble, olvidaban el pasado y se hacían buenos cristianos y honrados ciudadanos. Cada sábado volvía don Bosco a las cárceles con la intención de hacer el bien. Se hacía amigo de los jóvenes, les ayudaba y les invitaba a ir por el centro de acogida cuando salieran de allí.

Lo que verdaderamente une a los muchachos con don Bosco es su bondad cordial y profunda. “Sienten” esa bondad y la ven en hechos concretos. Cada uno de los minutos de la jornada de don Bosco, está a su disposición. Y de noche, robaba muchas horas al sueño para remendar la ropa y el calzado de los chicos, y para escribir sus libros.

Si tienen que aprender a leer o las cuatro cuentas, don Bosco halla el tiempo o la persona para enseñarles. Cuando tiene que reñir a alguno, lo hace; pero no delante de los demás para no humillarle. Si tienen un amo malo o están sin colocación, se espabila y pone en movimiento a sus amigos para hallar un puesto de trabajo y un amo honesto y cristiano.

Frente a un día gris o duro, le dicen: “venga a verme” y él va a la obra o al taller. Y porque les quería, charlaba también con el amo. Le gustaba saber cuánto les pagaba, qué tiempo de descanso les daba, si les dejaba santificar las fiestas. Será él, uno de los primeros en exigir el contrato de trabajo para los jóvenes aprendices y en vigilar para que los patronos lo cumplan. Si el patrón no respeta los pactos, retira al aprendiz.
Los muchachos le quieren y cada vez que se encuentran con él es una fiesta.

En 1845, con la ayuda de otro sacerdote, empezó un curso regular de escuelas nocturnas, mucho más completo que aquellas clases volantes que había dado hasta el momento a los chicos de la residencia.

En 1849, el número de muchachos internos llegan a 30.
En 1853 son 66, y 115 en 1854.
En 1860 son ya 470 y llegan a 600 en 1861.

Los chicos llegan cada año por decenas. Algunos se quedan tres años, otros dos meses; hay quien se entusiasma con aquella forma de hacer el bien … y se queda para toda la vida.

NACE LA FORMACIÓN PROFESIONAL

En el otoño de 1853, terminado el nuevo edificio, se decide a empezar en su propia casa los primeros talleres. Con ellos nace la Formación Profesional.

El primero que abrió fue el taller de zapatería y poco después el de sastrería. Y él fue el primer maestro.

Durante los primeros meses de 1854, abrió el taller de encuadernación de libros.
Los aprendices eran tantos ya, que don Bosco escribió para ellos un pequeño Reglamento.

A fines de 1856 se inició el taller de carpintería.
El 31 de diciembre de 1861 se inauguró el taller de imprenta.
En 1862 se abrió el sexto taller, de cerrajería, predecesor de los actuales talleres de mecánica.

Para mantener todas esas obras en las que enseñar, dar de comer, vestir y educar a millares de jóvenes abandonados, le tocó a don Bosco pedir dinero durante toda su vida y para ello tuvo que peregrinar por Italia, Francia y España. Esta fue la tarea que más le costó.

En 1875 organiza los “cooperadores”, que él llama “salesianos externos”. Son los amigos de sus obras, que le ayudan económicamente y que trabajan por la salvación de la juventud.

Don Bosco nació el 16 de agosto de 1815 en Becchi pequeña aldea próxima a Turín.

A los 2 años queda huérfano de padre. Pobreza y trabajo incesante son las coordenadas en que se mueve su vida. Tiene pasión por los libros y en su zurrón de pastor lleva siempre el catecismo. Un día, a los 9 años, su párroco le pregunta si quiere estudiar. Él contesta que sí, pues “quiere ser sacerdote para atraer a la religión a muchos compañeros que no son malos, pero que se hacen malos porque nadie se cuida de ellos”.

El párroco será su primer maestro.
A su muerte, sigue los estudios en la escuela de Castelnuovo, distante 10 Km.
Cada día camina 20 Km. con lluvia, con nieve o con sol.
Cuando hay barro, se quita los zapatos para no estropearlos y camina descalzo.

Para ayudarse a pagar los estudios, porque su madre no puede, trabaja como sastre, caballerizo, herrero, encuadernador… y el aprendizaje de estos oficios le servirá después para enseñar a sus chicos.

El 30 de octubre de 1835, con 20 años, entra en el seminario de Turín.
El 6 de junio de 1841, con 26, se ordena de sacerdote, canta su primera Misa y comienza su trabajo con los jóvenes abandonados.
En 1845, empezó un curso regular de escuelas nocturnas.
En 1853, comienza con los primeros talleres. Con ellos nace la Formación Profesional.

Al alba del 31 de enero de 1888, con 73 años, “el hombre que más ha amado a los niños y jóvenes”, gastado tras una vida de privaciones y trabajos a favor de los jóvenes, moría. Dejaba una obra extendida por todo el mundo.

“Hagamos el bien a todos, ¡a nadie el mal! … Decid a mis muchachos que les espero en el Paraíso”. Fueron sus últimas palabras.

Nota:
SAN JUAN BOSCO es conocido mundialmente por “DON BOSCO”.
Don es la abreviatura italiana de “Donno”, señor. Es un título de dignidad, con el que en Italia, se distingue solamente al sacerdote, y que se coloca indistintamente delante del nombre o del apellido.