Sala Oasis, ZARAGOZA

En 1917, don Ricardo Moreno Martínez, procedente de Novillas Buscar voz..., llegaba a la ciudad de Zaragoza Buscar voz... para montar un insólito negocio que tendría mucho que ver con la alegría noctámbula. Sería el primer cabaret Buscar voz... zaragozano y habría de ubicarse en la calle del Padre Boggiero. Bautizó su casa con el pomposo nombre de Real Concert que sonaba a muy francés. Era un espacioso local, muy belle époque, con sus paredes frontales orladas de espejos, donde los pícaros clientes podían ver de reojo los naipes del otro, o la pecadora pantorrilla que se ocultaba bajo la falda de campánula de la cupletista de rigor, o las nalgas de las tanguistas. Arriba estaban los palcos, con bombillitas rojas, donde la sonoridad de los suspiros y besos era amortiguada por el fragor de los cañonazos de corcho de las botellas de champaña de importación francesa. Abajo estaba la gran pista donde actuaban las entonces llamadas «videtes», todas un poco imitadoras de la Fornarina y la Chelito, donde también circulaba el baile–taxi, a una peseta el viaje. Eran los tiempos de Antonia «la Cachavera».

Pero un día ocurrió en aquella pista un drama de celos y sangre que convulsionaría a la ciudad. A Conchita Granados, una artista muy deseada por su hermosura y que se había hecho famosa cantando el tango Llora, llora, corazón, la mató un amante despechado, con una pistola del calibre 6,35. Aquello avergonzó a la Zaragoza puritana, pero despertó una singular curiosidad entre los noctámbulos de España, que acudieron prestos a la cita cabaretera de Zaragoza a comprobar si las sacerdotisas de aquel templo pagano, eran tan bellas como para merecer el tiro de sus amantes.

Corren los años treinta y don Ricardo deja el negocio en manos de su hijo Celestino. Estamos inmersos en la II República Buscar voz... y como lo de «real» huele a monárquico, no queda más remedio que sustituirlo. Se está mucho tiempo buscándole nombre y no se encuentra hasta el año 1942. A tal fin se convoca un concurso. Y es don Pablo Cistué de Castro, barón de La Menglana, crítico de teatro de Heraldo de Aragón Buscar voz..., quien lo «bautiza» para la posteridad como Salón Oasis.

Y así se convirtió en «el palacio de las variedades», siendo auténtica escuela de estrellas. Por allí pasaron como neófitos Miguel de Molina, Maruja Tomás, Carmen Amaya, acompañada a la guitarra por su padre, que por entonces cobraban la friolera de setenta y cinco pesetas diarias, y una chiquilla llamada Estrellita Castro, a quien su madre sólo daba para cenar bocadillos de sardinas y que se negó a prorrogar contrato porque una bailarina fumaba unos enormes puros junto a su camerino. Y allí, también, debutaron unos chavalillos sevillanos llamados Rosario y Antonio.
(15 de Octubre de 2013)


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