No quiero entrar en la polémica si la
plaza está peor ahora o antes, puesto que ni la sufro ni la disfruto, quiero remontarme a los primeros recuerdo que tengo cuando en ella había el café de Catano con su forma de
kiosco, de los encuentros de la
procesión del Viernes
Santo, de cómo picaba el sol, de los sermones del cura que atronaban la plaza llamando al recto
camino y de que una vez acabada los feligreses se iban a los
bares a refrescarse para reponerse de tanta penitencia, al olor a calamares
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