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JIMENA: ANÉCDOTAS… (Capítulo 4)...

ANÉCDOTAS… (Capítulo 4)

“MI RENACER EN UNA NUEVA CULTURA”

Amaneció… y el alba de aquella nueva y tibia mañana, nos regalaba un nuevo color…, la brisa nos deleitaba con nuevos y diferentes perfumes…, a partir de ese momento, nuestros proyectos y perspectivas tendrían este nuevo escenario No fue nada fácil, al principio, integrarse a una sociedad, cuya forma de vida era completamente distinta a la conocida por nosotros; sin embargo, poco a poco, nos fuimos acoplando a sus costumbres y hábitos. Justo es decir, que hubo varios factores que contribuyeron a nuestra perfecta adaptación, especialmente en lo que respecta a mis hermanas y a mí, creo que uno de éllos fue la temprana edad que teníamos las cuatro, pues sabido es que los cambios son mejor asimilados, mientras más jóvenes son las personas; y el otro factor relevante, fue la amplia y maravillosa receptividad con que el venezolano acoge a los extranjeros. Lo cierto es que, sin dejar de añorar y sentir inmensas nostalgias por nuestra patria…, sin olvidar nuestras raíces…, fuimos logrando con el tiempo, una curiosa mezcla entre lo que “traíamos” y lo que estábamos “recibiendo”; de ahí, mi decir en el poema: “Y COMO EN MI SE MEZCLARON CASTAÑUELAS CON MARACAS…”

Por supuesto, para llegar a esa mezcla, debimos vivir muchísimas situaciones, algunas agradables, otras no tanto, en fin, como la vida misma es para cualquier mortal. De cualquier manera, fue a partir de residenciarnos en Guanare, cuando realmente pudimos palpar las diferencias y similitudes, existentes entre las dos culturas.

Serían innumerables, por contar, las anécdotas vividas durante nuestra residencia en Guanare. Trataré de relatarles algunas que, a mi parecer, encierran cierta jocosidad y otras que simplemente quedaron grabadas en mi memoria, como parte del aprendizaje de mi vida.

Para empezar, les contaré de aquella primera mañana en la ciudad de Guanare, cuando al despertarme, recordé los frondosos árboles que en el atardecer del día anterior, había contemplado y admirado por su enorme tamaño; inmediatamente pensé que sería el lugar ideal para calmar aquel sofocante calor, que alcanzaba los 40 grados y que ya, a esas tempranas horas, se sentía. Con esta intención me dirigí a la puerta de la cocina, la cual tenía acceso al patio y desde allí comprobé que sí, efectivamente la sombra cubría agradablemente gran parte de él. Asombrada por la altura de los árboles, fui acercándome a éllos y al posar la vista en sus gruesos troncos y en sus frondosas ramas…, oí, más que observé, que algo se movía entre éllas, por lo que me dispuse a prestarle más atención a tal sonido y movimiento. Creí que podría tratarse de algún tipo de ave, pero no…, no era ave…, de pronto se dejó ver… y… yo solo pude gritar con toda la fuerza que me fue posible: “ ¡…PAPAAAA… ¡UN COCODRILOOOO…!” Mi hermana Fefa, siempre tan protectora con mis hermanas menores, Paky y More, trataba de retenerlas dentro de la casa diciéndoles: “ ¡… NO SALGAN…, HAY UN DRAGÓOON…!” A todos estos gritos, llegó mi padre y al mirar hacia donde yo le señalaba, la expresión de su rostro cambió del susto a la risa, mientras me daba la explicación: se trataba de una inofensiva pero grandíííísima iguana.

Es posible que la imagen de este reptil, actualmente, sea bastante conocida por los niños de esta época, aún cuando esa especie no sea común en el país donde éllos viven; es un hecho que los avances en los medios audiovisuales, han contribuido en la facilitación del conocimiento; sin embargo amigos, para nosotras, niñas jimenatas de los años 60, la iguana nos era totalmente desconocida. Lo cierto es que en ese instante, aquella iguana se me pareció a cualquier cocodrilo que había visto en algún libro o película; realmente en su aspecto le encontré cierta semejanza: color verde, piel escamada, espinada cresta en el dorso hasta la cabeza, grandísima boca…, claro, con una diferencia…, para ser un cocodrilo, en verdad su tamaño era… un poco pequeño, (creo que aquí asomé lo que se dice sobre la exageración de los andaluces). Ahora bien, lo que no podría explicar, en este momento, es por qué a mi hermana, la inofensiva iguana le pareció un dragón (¿?)

El miedo que me producía la imagen de las iguanas, fue desapareciendo a medida que me iba familiarizando con su constante presencia, mientras paseaban o descansaban entre los árboles o en el muro del patio, y sobre todo cuando comprobé que su alimentación no es carnívora, o sea…, ya podía estar tranquila que no me iban a atacar para alimentarse.

Igualmente y conforme transcurrían los días, nos fuimos familiarizando también con la nueva forma de vida: nuevos conceptos de sociedad, nuevos hábitos y reglas sociales y hasta nuevos significados de las mismas palabras usadas por nosotros. Todos estos descubrimientos se fueron dando en situaciones cotidianas, que al ser comentadas posteriormente entre nosotros, nos resultaban muy divertidas.

Por ilustrar alguna, contaré la vivida por mi mamá, por ser un ejemplo muy claro de lo que puede suceder, cuando a una misma palabra se le da un significado completamente diferente: mi mamá se estrenaba como peluquera en Guanare y cierto día llegó una clienta a la peluquería diciéndole: --“quisiera que me cortara la pollina”. Mi madre, sumamente sorprendida, (pensando en lo que para élla, jimenata, significaba “pollina”), le dice a la clienta: --“creo que usted no ha leído el letrero…, ahí dice claramente que esto es una peluquería”. La clienta le responde mientras se toca el flequillo: --“Sí, ya leí y por eso vengo…, mire qué larga la tengo…”. Ese gesto de la clienta, le hizo suponer a mi mamá lo que la señora deseaba, a lo que le dice: --“Ahhh…, ya entiendo, usted lo que quiere es que yo le rebaje un poco el tufo”. La clienta, con un rostro y un tono de voz que dejaba ver su gran enojo y molestia, le dice a mi madre: --“ ¡No sea grosera señora…, tufo tendrá usted…, yo me acabo de bañar…!”. Bueno, todo este malentendido surgió por tener, cada persona, un significado distinto de las palabras: en Venezuela se le dice “pollina” a lo que en Jimena se le llama “flequillo” o “tufo”; mientras que aquí, la palabra “tufo”, significa “mal olor”.

Otra anécdota que tiene que ver con el “juego de palabras”, le sucedió a Nani Molina y a una de sus hermanas, no recordando en este momento si se trataba de Kati o de Isabelita. Lo cierto es que un día fueron a comprar plátanos a una tienda cercana a la casa, por supuesto, pidieron plátanos y plátanos le dieron, pero éllas no sabían que en Venezuela, a ese tipo de plátanos que éllas buscaban (los conocidos en España), se les llama “cambures” y los llamados plátanos son una especie de bananos diferentes, los cuales, para su consumo, requieren ser cocinados, bien sea fritos en rebanadas (tajadas en criollo), sancochados, asados, en fin, de diferentes formas, pero nunca crudos; su textura es mucho más dura y su tamaño es muchísimo más grande. Al ignorar éllas todo esto, pues simplemente aceptaron lo que el vendedor les despachó: los “plátanos” que habían pedido; y así, muy felices, se dispusieron a saborearse un rico y enorme ejemplar de éstos, mientras caminaban de regreso a su casa. Contaban luego éllas que al momento de querer pelarlo, notaban que la concha era durísima y se hacía muy difícil su desprendimiento, hasta que lo lograron y entonces decidieron irlo mordisqueando entre las dos, ya que su tamaño era suficientemente grande para ambas; igualmente sentían que al morderlo, su carnosidad era mucha más dura que los plátanos conocidos por éllas, e incluso el sabor también era muy diferente; sin embargo, nada de esto les hizo desistir de continuar descubriendo la “nueva especie de plátano”. Así, entre bocado y bocado, llegaron a la casa y fue su padre, quien ya llevaba algunos años residenciado en Venezuela, el que les explicó que ese tipo de plátano, además de no ser muy agradable para comérselo crudo, la forma de irlo exhibiendo en la calle, era “inapropiado” en las damas. Ante esta explicación, éllas comprendieron entonces el por qué de las miradas y de las sonrisas, con cierta picardía, de las personas que en su trayecto habían encontrado.

Particularmente, también tuve situaciones que me produjeron inocentes sonrojos. En este momento recuerdo mis primeros días de estudiante, cuando un poco acelerada y nerviosa llegaba al salón de clase, sintiéndome, en muchas ocasiones, traicionada por la costumbre de las escuelas jimenatas, tan arraigada en mí, de saludar con un: “Ave María Purísima”, por supuesto, la respuesta no era: “Sin Pecado Concebida”, era la risa de los demás alumnos y la cara de asombro de la profesora, quien me preguntó si eso se debía al hecho de haber estudiado en algún colegio de monjas, su asombro fue mayor cuando le dije que no, simplemente esa era una costumbre de las escuelas de mi pueblo; y para qué contarles, cuando al pasar la lista de asistencia a clase y oír mi nombre, varias veces tartamudeé, porque estuve a punto de gritar nuestro tradicional: “Viva Jesús!.

Podría contarles muchísimas anécdotas más, similares a éstas; hoy, todas éllas forman parte de aquella etapa de adaptación a este “castellano-criollo”.