En un pequeño
pueblo de la Toscana vivía Dante Moretti, un anciano de 84 años al que todos conocían, aunque pocos entendían.
Nunca llevaba dinero encima.
Nunca aceptaba regalos.
Nunca debía nada a nadie.
No porque fuera rico, sino porque tenía una forma particular —y para muchos absurda— de “pagar” todo lo que recibía.
Lo hacía con palabras.
Si alguien le regalaba
pan, él respondía con una frase que hacía llorar.
Si alguien le daba
agua, él ofrecía una bendición tan cálida que parecía un abrazo.
Si
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