OFERTA LUZ: 5 Cts/kWh

CASTILLO DE LOCUBIN: Epílogo...

Epílogo

No puedo resistir la tentación de poner el epílogo del Libro "Educación para la ciudadanía de Pedro Fernández Liria, Luis Alegre Zahonero, Miguel Brieva y Carlos Fernández Liria. Editorial Akal:

Epílogo.

" ¿Acaso creéis que yo habría llegado a vivir tantos años si me
hubiera ocupado de los asuntos públicos y, al ocuparme de ellos
como corresponde a un hombre honrado, hubiera prestado ayuda
a las cosas justas y considerado esto lo más importante, como
es debido? Está muy lejos de ser así. Ni yo ni ningún otro hombre".
Apología de Sócrates, 32e

Sócrates arroja esta pregunta al tribunal de los
atenienses que lo condenó a muerte. Él no se extraña
de que lo vayan a condenar. Se sorprende de que no lo
hayan hecho antes. Si ha conseguido llegar a viejo es
porque ha procurado hacerse notar lo menos posible.

Sócrates, en efecto, ha ido por aquí y por allí, preguntando
qué es un zapato o qué es la virtud, pero siempre se ha
cuidado muy mucho de ir con sus preguntas a la asamblea
o de intervenir ahí en los asuntos públicos.
«Quizá pueda parecer extraño que yo privadamente, yendo
de una a otra parte, dé estos consejos y me meta en
muchas cosas, y no me atreva en público a subir a la
tribuna del pueblo y dar consejos a la ciudad.» El motivo,
continúa diciendo Sócrates, es que tengo una vocecita
interior que me dice todo el rato que no caiga en la
tentación de meterme en política. «Y creo que me lo dice
con acierto. Pues sabéis muy bien, atenienses, que si yo
hubiera intentado anteriormente realizar actos políticos, ya
haría tiempo que estaría muerto. Y no alborotéis tan
indignados, sabéis que os estoy diciendo la verdad.»
Por supuesto, Sócrates tenía razón. En esa sociedad
machista, esclavista, supersticiosa y xenófoba, la voz de
la ciudadanía no tenía ninguna posibilidad. Atenas no iba a
soportar que Sócrates se metiera en política. Sócrates era
demasiado molesto incluso cuando andaba por ahí
recordando a la gente que esa ciudad y esa democracia no
eran más que una estafa.

Los más poderosos no estaban dispuestos a plegarse a
las reglas de una existencia civil verdaderamente
ciudadana, en la que nadie pudiera usurpar el lugar de las
leyes. Antes que eso, preferían pasar a la historia como
unos miserables que habían condenado a muerte a un viejo
de setenta años que no había hecho otra cosa en su vida
que preguntar y dialogar.

Desde luego, los dueños del siglo XX no fueron ni más
tolerantes ni más benévolos. Al contrario, cada vez que
se les intentó recordar que el lugar de las leyes no era de
su propiedad, cada vez que la voz de la ciudadanía se alzó
para legislar contra ellos, no se molestaron en recurrir a los
tribunales para condenar a nadie. Se dedicaron a matar a
diestro y siniestro a viejos y a jóvenes, a hombres, mujeres
y niños, recurrieron a la tortura y a las desapariciones,
bombardearon parlamentos y arrasaron países. Luego,
ofrecieron la democracia a los supervivientes. En realidad,
esto que Santiago Alba ha llamado «la pedagogía del millón
de muertos» ha sido la verdadera «educación para la
ciudadanía» que hemos tenido hasta ahora. Básicamente la
cosa consiste en que cada treinta o cuarenta años se mata
a casi todo el mundo y después se convocan elecciones.
Esta forma de educar a la ciudadanía ha sido, hasta el
momento, suficientemente eficaz para que los votantes
eligieran como Dios manda. Y así es como el capitalismo ha
logrado ser compatible con la democracia durante periodos
a veces relativamente largos. En España debemos ser
bastante tozudos, porque para hacer posibles treinta años
que ahora llevamos de democracia, se hizo necesario
educar a los ciudadanos españoles nada menos que
durante cuarenta años de dictadura. Algunos confían en
que, como se ve normalmente en el resultado de las
elecciones, de todos modos, aprendimos la lección. Que ya
sabemos bien que somos enteramente libres para votar a
las derechas, si queremos, o, si lo preferimos, a las
izquierdas que están dispuestas a gobernar con programas
de derechas. Que ya aprendimos lo que significa salirse de
ese marco y que ese marco es a lo único que tenemos
derecho a llamar «democracia».

Algunos, sin embargo, todavía pensamos que la
democracia comenzará un día ahí donde se ponga fin al
chantaje con el que el capitalismo educa para la
ciudadanía.