Cada tarde, al caer el sol, un niño recorría el
mercado cerrado.
No pedía
comida.
No buscaba monedas.
Buscaba semillas.
No nuevas. No compradas.
Sino las que caían al suelo y nadie recogía:
pepitas de
sandía, huesos de aguacate, puntas de zanahoria.
Todo lo que para los demás era desecho.
— ¿Para qué quieres eso, chaval? —le preguntó un frutero mientras cerraba su puesto.
—Porque todo lo que parece inútil… puede crecer, si uno lo cuida.
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