Hubo una vez, en un tiempo no muy lejano, anterior al
mar de plástico y al asfalto, en el que numerosos
molinos y molinas poblaban estos
campos nijareños. En los altos abiertos a los vientos, los molinos, verdaderos hitos del
camino. Abajo en el llano las molinas, alimentando fértiles
huertos. Campos abiertos y limpios donde los imponentes velámenes de estos artilugios, cual
gigantes del Quijote, rasgaban la quietud del
paisaje. Hoy sólo quedan sus
torreones, fantasmas mudos de un pasado que desde
... (ver texto completo)