SAN PEDRO DE MERIDA: En la mesa presidencial se aposentaban en sendos tronos...

Al llegar al número 24, faltaban sólo dos bolas por salir y la expectación se inflamaba por momentos hasta un límite insostenible.

El Cardenal y el Maestre pensando en el empate se disponían a continuar otra agotadora sesión.

25ª dijo con monotonía Matania en tanto los otros miraban a Marañón y para escucharle el color de la anteúltima bola. Cuando dijo, Blanca, las miradas de todos se centraron en Matania, porque tenía que sacar la última bola.
26ª Blanca.

Como había ganado el Temple en la elección del lugar por mayoría de bolas blancas la planificación que había plateado el Maestre Guatire fue aceptada de inmediato.

Los resignados monjes y los caballeros templarios, se dispersaron con distintos ánimos a sus respecti-vos acuartelamientos para preparar el Concilio que posiblemente les aportaría la paz.

En un llano rocoso vecino al círculo mágico donde dormitaba el Arca, las excavadoras del Temple y la Iglesia se atareaban sin parar para desbrozar todo el terreno de árboles, matorrales y escajos, en todo el contorno que los Nigromantes habían trazado.

La vigilancia del contorno se realizaba por turnos rigurosos entre las milicias de las congregaciones, para evitar trampas y acometidas inesperadas del Temple o de la Iglesia.

Más alejado del cinturón que rodeaba el perímetro, un círculo minado rodeaba la tierra de nadie, para evitar inesperadas visitas por la retaguardia de los cordones de seguridad, que vigilaban los soldados de los dos bandos que estaban entremezclados para evitar susceptibilidades.

El amplio espacio despejado fue apisonado por las maquinas y después hormigonado con una capa de cemento, antes del montaje definitivo de las carpas multicolores para cobijar a los litigantes eternos.

El día 23 de diciembre a media mañana ya estaba todo el dispositivo dispuesto y operativo.

Los cocineros se afanaban en preparar los menús para tanta gente importante y los frailes y legos se encargaban de aprovisionarlo todo y de adecentar los dormitorios individuales y colectivos.

Preparaban la enorme carpa en donde se celebraría el Concilio más excepcional de toda la Historia de la Iglesia.

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Lloviznaba ligeramente con esa lluvia que empapa lo que se encuentra bajo de su aguada sombra sin compasión alguna. El día era de gris acero al estilo Cántabro y ninguno de los asistentes al Concilio se movía de la respectiva carpa que ya tenía asignada de antemano cada Orden, fuese religiosa ó militar.

En las cercanías del campamento se preparaba un evento excepcional.
Por la peligrosidad del hecho, varios hombres con aspecto extraterrestre, estaban sacando (de la vieja cripta de piedra) el Arca de la Alianza a la luz del día.

En el círculo del bosque, (donde estaba la cripta de piedra hecha por las manos de los monjes y de los caballeros templarios) trabajaban sin descansar las fantasmales imágenes emplomadas, emplazando el alto trípode de madera de acacia, con una polea de la misma especie de árbol cubierta de oro puro que colgaba de la punta.

Una cuerda trenzada con los tendones de infinidad de delicados borregos lactantes colgaba de la polea que desaparecía en la redonda abertura hecha en la cúpula de la cripta.

En el centro del claro, otros misteriosos personajes emplomados, montaban una plataforma cuadrada, hecha con madera de acacia maciza, sostenida por cuatro Querubines de oro macizo que sustentaban el maderamen de acacia con las alas desplegadas y arrodillados debajo de los extremos de la mesa.

Una plataforma lisa de hormigón armado, sostenía la base donde se apoyaban las piernas de los cuatro Querubines del misorium donde su posaría el Arca de la Alianza cuando fuese sacada a la luz del día.

Los especialistas que trabajaban para el Temple y los que laboraban para la Iglesia eran coordinados, en relación con toda la obra civil de la plataforma, por el Masón Feliciano Pérez, que era el maestro cantero con la confianza suficiente de las Órdenes en litigio. La operación sagrada estaba dirigida por los Nigromantes Matania y Marañón, que estaban ayudados por tres especialistas de cada Orden.

Las atuendos hechos de plomo anti radiación, eran tan pesados, que los equipos de tres individuos y el capataz, estaban obligados a salir de la Cripta cada quince minutos para no morir dentro del putrefacto ambiente que se respiraba en su interior. Los siglos que habían pasado y los restos de los esqueletos de todas clases, apestaban el aire viciado dentro de la Cripta de piedra.

El equipo de Marañón, estaba formado por Canive, Argos y Becerril.

El equipo de Matania, estaba formado por Basilio, Claudio y Rufino.

El sudor corría a raudales bajo el enorme peso del traje especial de Canive, Argos y Becerril mientras ataban el extremo de la soga que colgaba desde la polea que sostenía el trípode a los varales del Arca de la Alianza.

Cuando los cuatro extremos de los dos varales que sustentan el Arca estuvieron atados, Marañón que dirigía desde dentro la operación, dio aviso por radio de que diera comienzo la operación de izado a Matania que esperaba en el exterior con el otro equipo para manejar el torno que la elevaría hasta la superficie.

La operación de izado fue lenta y aunque sudaban todos como cerdos por tan especial atuendo, nadie se quejaba pensando en terminar de una vez con el peligro mortal que todos los operarios voluntarios ansiaban.

Mientras el aire fresco de noviembre impregnaba lentamente la superficie de la Octava Profecía, del aire puro. La radiación que desprendía la entidad Divina iba desapareciendo lentamente, hasta que al salir totalmente del apestoso agujero se detuvo.

El contador Geyger que controlaba Feliciano aviso de que el peligro más grave estaba neutralizado y se podían quitar todos los pesados trajes de plomo.

Se colocó con la grúa el Arca en el misorium, que estaba en el centro del círculo sagrado, y todos los presentes se arrodillaron para agradecer a Cristo y al Señor, el favor de haber recuperado entre todos la custodia del Arca sagrada.

En cuanto se terminaron las formalidades religiosas y los caballeros, los curas y frailes, se alejaron al campamento en donde se celebraría el Concilio; dejaron a Feliciano Pérez y a los obreros masones, para que cerraran el perímetro circular, con la tapia de bloques de cemento prefabricados de dos metros de altura que ya tenían preparada.

La férrea vigilancia de las guardias del Papa y de los caballeros templarios, que circundaban todo el perímetro sagrado, con las armas automáticas bien dispuestas para repeler cualquier agresión exterior, les aseguraba provisionalmente a todos la pacifica coexistencia.

Las trompetas de la guerra parecían alejarse hasta el infinito, perdiéndose entre la lejana sombra de la noche que se aproximaba a pasos agigantados.

En el cuartel general, de las ideologías enfrentadas en el conflicto, Victoriano, por ser responsable del espionaje en el Temple, y Matania, porque hacía lo mismo para la Iglesia, analizaban las cintas con los diálogos grabados por los dispositivos electrónicos instalados por las dos partes, por todo el perímetro y en las carpas de sus enemigos potenciales.

El Arca de la Alianza ya estaba liberada esperando a la Orden del Temple para que está la protegiese de los Estados que ansían poseerla para esclavizar a los seres que estaban bajo su mando y amparo.

Estaba emplazada la recóndita caja, recubierta con la sombra de las alas de los protectores Arcángeles que se reclinan sobre su cubierta, sobre la mesa del misorium sacro que se ha construido bajo estrictas medidas dadas al Profeta Moisés por el Señor en el desierto del Sinaí. En los días en que el pueblo de Israel se encaminaba durante cuarenta largos años, al ansiado territorio donde manaba leche y miel.

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La lucha verbal del Concilio que estaba a punto de iniciarse, barruntaba serias brumas en el horizonte pacifico que teóricamente se preparaba.

La enorme carpa de tela que asemejaba al toldo de un circo por su redonda forma, estaba colmada por el personal auxiliar y por los representantes de las dos encontradas facciones religiosas.

El clima avanzado del final de otoño repercutía en el ánimo de los caballeros que estaban obligados a observar atentamente todos los movimientos de los guardias del Papa, por orden expresa de Corona y del agente de seguridad Victoriano Iglesias que era el responsable de la seguridad del Temple.

Las armas estaban escondidas por Jesús Canive en pequeños zulos distribuidos por el perímetro cerca de la Carpas de lona, donde pernoctaban las tropas templarias, en cantidad suficiente para afrontar la guardia del Cardenal.

Después de desayunar los veintiséis conciliares de las dos instituciones en el comedor en mesas sepa-radas al efecto por los dos cocineros mayores. Uno por cada Orden, para así evitar los posibles filtros y los otros envenenamientos secretos y sutiles, que cada Nigromante podía haber adulterado entre los potajes del rival contrario.

Los trece conciliares de cada una de las órdenes se encaminan en dos columnas, en solemne procesión hasta la carpa cilíndrica en donde se celebraría el sagrado y esperado Concilio, que determinaría una solución salomónica al grave y eterno conflicto.

En la mesa presidencial se aposentaban en sendos tronos los dos mandatarios de más graduación de las órdenes religiosas.
Respuestas ya existentes para el anterior mensaje:
El Cardenal Domenico Montini, ocupaba el sitial derecho desde la mesa rectangular del cardenal y el Gran Maestre Guatire ocupó un asiento al lado, en el sitial izquierdo.