UJUE: UNA VIRGEN QUE MIRA, ESCUCHA Y ACOGE...

UNA VIRGEN QUE MIRA, ESCUCHA Y ACOGE


Es hierática pero serena y se nos muestra sentada como aquella que sabe acoger y esperar a sus hijos peregrinos (cansados de la vida) con amor de Madre, con brazo poderoso y a corazón abierto.

Su rostro es moreno pero con la claridad y la dulzura de destellar el amor divino en sus ojos. El lugar donde se asienta ha cristalizado, en amores y oraciones, besos y súplicas, llantos y amarguras, en esmaltes y platas, piedras de colores y armas, el amor y el homenaje de Navarra a una de las Vírgenes más querida y venerada desde siglos.

La Virgen de Ujué, del siglo XI, es de madera y el rey Carlos II mandó recubrirla de plata y piedras de colores. A sus pies, y mirando al altar, quiso ese monarca que descansara para siempre su corazón. El Niño lleva en su mano el Evangelio y la Virgen una flor de lis. Fue coronada canónicamente el 8 de septiembre de 1952.



EN UJUE SE ELEVA LA PLEGARIA HASTA EL MISMO CIELO



En los domingos siguientes a San Marcos cientos y miles de entunicados, con la cruz sobre sus hombros, suben penitentes hasta esta cumbre de Ujué siguiendo la tradición y el consejo de sus mayores.

Lo hacen porque saben que la Virgen, desde ese santuario encumbrado casi en el mismo cielo, recoge una a una peticiones y deseos, proyectos y oraciones, acción de gracias y cantos, sacrificios y penitencias, historias, presente y futuro. Mira, uno a uno, los rostros anónimos que vibran de fe.



Subir a la Virgen de Ujué es saborear, ya desde ahora, esa gran realidad a la que la Virgen nos llama y nos invita: la ciudad del cielo.

Subir a la Virgen de Ujué es mirarle sabiendo que, sin decirle nada, Ella entiende y escucha, calla y habla a cada corazón en particular.

Subir a la Virgen de Ujué es sentir que el corazón estalla por la emoción contenida de ver que permanece eternamente buena, increíblemente joven, radiantemente bella y por siempre cien veces santa.

Subir a la Virgen de Ujué es quedarse con los cinco sentidos fuera de juego: la vista se nubla ante una atmósfera de piedad y de incienso, el gusto se acrecienta y se queda pequeño al saborear los Misterios de Dios, el olfato nos hace sentir pecadores y divinos a la vez, el tacto se paraliza ante la hermosura de María y el oído queda sobrecogido por la Palabra divina de Jesús.



Eso, y mucho más, es ser romero hacia María; con paz, lucha, sueños, vida, esperanza, ilusión, fe y devoción. Al final…¡ojalá como Carlos II! pudiéramos dejar a los pies de la Virgen nuestro corazón pero, no muerto, y sí cansado de tanto amar con los impulsos del Resucitado


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Buen día y mes acabado
en honor de MARÍA con...
SANTA MARÍA
LA REAL DE UJUE




JAVIER LEOZ