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UJUE: MILAGROS LEGENDARIOS DE LA VIRGEN DE UJUÉ....

MILAGROS LEGENDARIOS DE LA VIRGEN DE UJUÉ.
Bibliografía: Padre Clavería "Historia documentada de la Villa de Ujué"
Jimeno Jurío TCP nº 63 "Ujué"

GONZALO DE GUSTIOS RECOBRA LA VISTA EN UJUÉ.
Cuando en Castilla campeaba como conde independiente Garci Fernández, por la segunda mitad el siglo X. vivió un noble caballero, Señor de Salas, por nombre Gonzalo Gustios. De su mujer, Sancha Velázquez, había tenido siete hijos varones, "los siete infantes de Lara". En el siglo XII se escribió en Castilla uno de los más grandiosos poemas épicos de nuestra literatura española. Sus noticias fueron recogidas con gran detalle por Alfonso X el Sabio en la "Crónica General", Gonzalo González, el menor de los Infantes, al celebrarse la boda de su tío Ruy Velázquez con doña Lambra, mató a Alvar Sánchez, primo de la novia. La dama terminó saciando su odio, haciendo que los mahometanos mataran a traición en Córdoba a los Infantes. Sus cabezas cortadas fueron presentadas a su padre. Almanzor tuvo pena del dolor del castellano, lo puso en libertad y le dio para su servicio una mora hidalga. De los amores de Gonzalo y de la mora nació Mudarra González, quien más tarde vengaría la afrenta inferida a su padre.
Es tarea difícil separar lo que hay de verdad en este ralato épico. Por lo menos sabemos que existió Gonzalo gustios en los años 975, y que es invención su hijo Mudarra. La leyenda de la pereregrinación a Ujué del caballero castellano, ciego de tanto llorar a sus hijos debe ser posterior a 1400. La recoge nuestro analista Padre Moret. El padre Clavería, admitiendo la historicidad del suceso, nos los describió con gran profusión de detalles. En resumen, la tradición dice así:
Acompañado de su servidumbre, llegó a los montes de Ujué el noble Gonzalo de Gustios, con la esperanza de recuperar en el santuario navarro su vista perdida. Llegados que fueron al punto desde el que comienza a verse el templo, más tarde señalado con la gótica CRUZ DEL SALUDO, apeóse del caballo y postróse en tierra. Ayudado por los suyos, comenzó a recorrer de rodillas el trayecto hasta la iglesia (1560 metros). Al llegar ante la Virgen, la vista retornó a sus ojos.
En memoria del milagro mandó hacer una estatua orante que en el presbiterio, perpetuara su agradecimiento. La efigie que vio Moret, y que estuvo hasta mediados del siglo XX, era una burda escultura de yeso del siglo XVII.