UJUE (Navarra)

Ábsides y corazón de Carlos II

Con respeto y encanto indecibles contemplábamos las severas naves del devoto
templo, cuando tropezaron nuestros ojos con la siguiente inscripción, escrita
con caracteres dorados en lo alto de un retablo: «Aqui está el corazón del Señor D. Carlos II, Rey de Navarra, año de 1386». No es posible expresar el mundo de recuerdos, la vehemente curiosidad que estas palabras despertaron
en nosotros; y como por circunstancias especiales podíamos satisfacerla sin cometer una profanación ni ser irreverentes—y ... (ver texto completo)
¡Es el corazón de aquel Carlos el Malo que llenó con su nombre Europa
entera; del personaje más temido de su siglo; figura extraña que se destaca
gigantesca sobre el sombrío fondo de la Edad Media y en vano interroga la
crítica moderna; guerrero impetuoso, político profundo, tribuno elocuentísimo
e inteligencia superior!
Tirano cruel, soldado desleal, criminal horrendo, según unos: Rey justiciero
y espíritu recto, según otros.
¡Qué terribles secretos se ocultaron en aquel corazón, y cuánto no hubieran
dado por leer en su fondo los personajes célebres contemporáneos de Carlos
el Malo; los reyes Felipe de Valois y Juan de Francia; el de Aragón; los
de Castilla Alonso XI y Pedro el Cruel; Enrique de Trastamara, el Príncipe
Negro, Beltrán Duguesclin (I), Corbarán de Lehet, el Captal del Buch y tantos
otros!
En el seno del momificado corazón creíamos oir los rumores de la tormenta,
y salvando tiempos y distancias en alas de la fantasía, reconstituíamos la
vida del sombrío monarca y le veíamos en perpetua lucha con Castilla, Francia
y Aragón; preso traidoramente en el horrible festín de Rouen; libertado de
su cautiverio en Cambresis por cinco nobles navarros; recibido en triunfo en
París, donde con su elocuencia producía una revolución, siendo secundado por
su amigo el preboste de los mercaderes, Etienne Marcel; y llegando a soliviantar
las turbas hasta tal punto que pisotearan las divisas o colores franceses y
se pusieran en las caperuzas los de Navarra, obligando al Delfin a que lo verificase también; corriendo, más tarde, en socorro de la nobleza francesa, aterrada por la Jacqueria, y desbaratando. completamente a aquellas hordas de
feroces bandidos; protegiendo a París que le recibía con su ejército a los gritos de ¡viva Navarra!; bloqueando después la misma ciudad sublevada y apoderándose de la Isla de Francia; secuestrado vilmente en Borja; galanteando
gentiles damas y cautivándolas con su hermosa apostura y su talento; fraguando
maquiavélicas combinaciones, o, quizá, criminales proyectos; vencido unas
veces; victorioso las más; pero enérgico e indomable siempre; empobrecido por sus continuas guerras hasta el punto de tener que empeñar a un cambista
su cinturón de plata; confesando y reparando noblemente la involuntaria injusticia de un castigo; buscando en la piedad un bálsamo para su convulsionado
espíritu; y, por último, minado por horrible dolencia y muriendo quemado, víctima de trágico accidente en su palacio de Pamplona, mientras que en las calles de la sombría capital se escuchaba el rumor de una sublevación popular.
Cuando todo esto recordábamos, parecíanos, repetimos, ver en el impetuoso
corazón las huellas de las pasiones como se observan las del torrente en el
peñasco, y oírle latir; violento, de gozo, de ira, de entusiasmo o de dolor ... (ver texto completo)
Con respeto y encanto indecibles contemplábamos las severas naves del devoto
templo, cuando tropezaron nuestros ojos con la siguiente inscripción, escrita
con caracteres dorados en lo alto de un retablo: «Aqui está el corazón del Señor D. Carlos II, Rey de Navarra, año de 1386». No es posible expresar el mundo de recuerdos, la vehemente curiosidad que estas palabras despertaron
en nosotros; y como por circunstancias especiales podíamos satisfacerla sin cometer una profanación ni ser irreverentes—y ... (ver texto completo)