Una lareira de granito pulido, un soporte de tres pies sobre la misma y la lumbre que daba la leña y un trozo de papel que se usaba cómo acelerante, y a soplar y como desahogo al humo que se producía, la ventana mirando al cielo que daba paso a una chimenea por donde a la vez se recogían los sonidos de la madre naturaleza y las voces que venían de afuera, era algo así como si fuera una atalaya pero no de lo visual sino de lo que percibía el oído, tanto era así que sabias cuando un barco se acercaba ... (ver texto completo)