Viaje entre meigas.
Aquél matrimonio de Madrid que buscaba a las meigas, se metió en una carretera comarcal llena de curvas y árboles que tenían sus ramas todas torcidas, era no demasiado lejos de Betanzos. La carretera no tenía señalización, apenas circulaban coches, y ninguna persona, en la lejanía no muy lejana se veian vacas pastando. La tarde se iba marchando. Y un ruido dé animales salvajes imponiendo respeto, el coche se notaba una rueda pinchada, y tuvieron que cambiar la rueda, de lejos vino ladrando un perro mastín cuidador de ganado, que les miró como si fueran intrusos, pronto salieron de ese ambiente de brujería, que en ésa tierra se llama distinto. Meigas. Él miedo fue un instinto de no tener ningún problema sobré todo con el Mastín, y la oscuridad de la tardé noche que se echó encima. Era notar esa brisa que se te mete en el cuerpo. Y ver como los árboles anulan la claridad que puede tener la Luna. Es Galicia tierra imposible de olvidar. Y mucho más cuando se conocen sus misterios. G X Cantalapiedra.
Aquél matrimonio de Madrid que buscaba a las meigas, se metió en una carretera comarcal llena de curvas y árboles que tenían sus ramas todas torcidas, era no demasiado lejos de Betanzos. La carretera no tenía señalización, apenas circulaban coches, y ninguna persona, en la lejanía no muy lejana se veian vacas pastando. La tarde se iba marchando. Y un ruido dé animales salvajes imponiendo respeto, el coche se notaba una rueda pinchada, y tuvieron que cambiar la rueda, de lejos vino ladrando un perro mastín cuidador de ganado, que les miró como si fueran intrusos, pronto salieron de ese ambiente de brujería, que en ésa tierra se llama distinto. Meigas. Él miedo fue un instinto de no tener ningún problema sobré todo con el Mastín, y la oscuridad de la tardé noche que se echó encima. Era notar esa brisa que se te mete en el cuerpo. Y ver como los árboles anulan la claridad que puede tener la Luna. Es Galicia tierra imposible de olvidar. Y mucho más cuando se conocen sus misterios. G X Cantalapiedra.