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MEMBRIO: 3º parte de una historia para leer...

1. Saludar a desconocidos por la calle no da miedo
En la ciudad tenemos la mala costumbre de evitar por todos los medios el contacto visual con los transeúntes. Cuando vamos por la acera, no tenemos visión periférica. Solo existes tú, lo que está justo delante de ti y los cordones de tus zapatos (a los que os miráis a los pies para no tropezaros... me declaro culpable). Llegamos incluso a mirar nuestros mensajes inexistentes en el móvil o a buscar en el bolso algo que no necesitamos. Todo para evitar un potencial segundo o dos de contacto visual. Bueno, ¿quieres saber qué pasa en un mundo en el que la gente intenta establecer contacto visual? Que dices... HOLA. Una locura, lo sé. Cuando llegué a Fregenal me confundía por qué todo el mundo me decía “hola”, “adiós” o “buenas” al pasar. ¿Me conocían todos? ¿Nos habían presentado sin darme cuenta? Estaba muy confusa, y quizá hasta me resultaba un poco inquietante. Ocho meses después, le digo “hola” a todo el que se me cruza. Como si es un abuelito con un bastón al que le falta un diente (hay muchos de esos aquí), o dos adolescentes cotilleando en español a la velocidad de la luz... les caerá un gran HOLA. ¡Y hasta una sonrisa! Porque ¿sabes qué? Sí que te alegra bastante el día.
2. Lo que sea que necesites AHORA puede esperar
Los que somos de la acelerada Nueva York, si queremos algo AHORA, lo tenemos. Y si no... Bueno, mejor no te cruces con nosotros. Esa era la mentalidad tan impaciente que tenía hace tan solo 8 meses. Y fue una de las cosas que más me costó cambiar. Tanto si tardo unos dos días entre lavar y secar la ropa, como si el cajero decide ponerse al día con toda la vida de la clienta que va delante de mí, o si el camarero se olvida de mi existencia... lo que sea, lo conseguiré. Al final. La paciencia es realmente una virtud, y no vale la pena subir mis niveles de cortisona por conseguir nada 5 minutos antes.

3º parte de una historia para leer
3. Un horario fijo de comidas es lo mejor del mundo
Y aquí, es el único horario que existe. Como te lo cuento, ¡las prioridades de la gente de aquí son las correctas! No, en serio. ¿Recuerdas cuando llevaba un mes aquí, que escribí aquel artículo sobre los horarios de las comidas y las siestas? En ese momento lo odiaba. No, lo despreciaba. Lo recuerdo como si fuera ayer -eran las 7.30 de la tarde y quería un bocadillo. Así que, como haría toda persona hambrienta con algo de lógica, fui a un restaurante y pedí un bocadillo. ¿Sabes lo que me dijeron? NO. No podía tener mi maldito bocadillo. EH PERDONA LA ÚLTIMA VEZ QUE LO MIRÉ ESPAÑA ERA UN PAÍS LIBRE. Bueno, lo es, mientras no intentes meterte con sus horarios de comidas. Porque las 7.30 es la hora “del café”, y con el café no hay bocadillos. Solo galletas. Espera a las 9.30, la hora de la cena, me dijo. Bueno, vale, si quieres ver desmayarse a una chica...
Tardé unos siete de mis ocho meses aquí en comprenderlo. Pero he llegado a apreciarlo, e incluso ha llegado a gustarme. La hora de comer es tan estricta porque comer es una actividad que las personas hacen juntas. Es un momento para sentarse con las personas a las que quieres, compartir comida, conversación, y hacerlo de forma relajada. Y el horario no te deja otra opción que hacerlo. Lo que me lleva a...
4. Si compartes comida, no te morirás de hambre
Como producto del mundo occidental que soy, era muy territorial con mi comida. Era como un animal en la selva; tocas lo que hay en mi plato, te arranco la mano de un mordisco. Y si es el mejor trozo, adiós a tu cabeza. Bueno, pues si quería hacer amigos, me di cuenta de que tenía que cambiar esta mentalidad. Y rápido... La cultura española de las “tapas” gira entorno a compartir. Por lo tanto, no hay ningún tipo de límites en cuanto a tocar el plato del otro. ¿Recuerdas cuando un camarero se comió un pescado de mi plato? Me quedé en shock total. Pero en realidad no está tan fuera de lugar en la cultura española. Compartir es querer, y la comida es un placer; así que compartir comida es un placer. ¿Y lo más increíble de todo? He llegado a creérmelo de verdad. Mi nivel de estrés ya no se dispara cuando te veo acercar la mano a mi plato. Así que, amigos americanos, buenas noticias... cuando vuelva a casa, podréis comer de mi plato. E incluso el mejor trozo. Mientras yo pueda coger el vuestro.