Los españoles no podemos comer sin pan. Es nuestro alimento estrella, el más natural y básico. También el más diverso, pues sólo en España tenemos más de 300 variedades diferentes de todos los tamaños, formas y texturas. Su consumo ha estado siempre rodeado de un aura de sacralidad. ¿Os acordais? Nuestras abuelas lo besaban si se caía al suelo, nunca se podía poner boca abajo (“Llora la Virgen”), se le hacía una cruz al amasarlo y se guardaba en bolsa blanca. “Está bendito”, nos decían. Si se tiraba al fuego se alimentaba al diablo, y si se le pinchaba con el tenedor se atraían desgracias a la casa.
En los pueblos se cocía a lo sumo un par de veces a la semana y, a decir de nuestros mayores, cuanto más duro se quedaba más rico estaba. Nunca se desperdició un solo mendrugo, por lógica y por que hacerlo daba mala suerte. El sobrante, si es que alguna vez sobraba, se usaba para migas, hacer torrijas o dar consistencia a las sopas, tanto las de leche de los desayunos como las de ajo de las comidas. Pero todo eso era antes. Ahora seguimos comiéndolo, ya no lo reverenciamos. En realidad lo desperdiciamos. Al día siguiente de comprado lo consideramos duro y lo tiramos. Da igual que caiga hacia arriba o hacia abajo. Según las estadísticas, en España, 660 millones de kilos de los 2.200 producidos, terminan en el cubo de la basura. Pienso en el hambre en el mundo, en las tragedias que asolan al mundo, y se me cae la cara de vergüenza. Con todo este despilfarro podríamos ayudar a mucha gente, reciclándolo, repartiéndolo, pero no lo hacemos. Preferimos comprar todos los días el pan calentito.
Una fantástica es la de la ONG PAN CONTRA EL HAMBRE. Sus voluntarios recogen por las panaderías todo ese pan duro, lo preparan como comida para animales, y el dinero de la venta lo destinan a proyectos de ayuda al Tercer Mundo.
Seguro que se pueden hacer otras muchas cosas para acabar con este despilfarro. ¿Qué ideas se os ocurren para no desperdiciar el pan duro?
SALUDOS: FALCO
En los pueblos se cocía a lo sumo un par de veces a la semana y, a decir de nuestros mayores, cuanto más duro se quedaba más rico estaba. Nunca se desperdició un solo mendrugo, por lógica y por que hacerlo daba mala suerte. El sobrante, si es que alguna vez sobraba, se usaba para migas, hacer torrijas o dar consistencia a las sopas, tanto las de leche de los desayunos como las de ajo de las comidas. Pero todo eso era antes. Ahora seguimos comiéndolo, ya no lo reverenciamos. En realidad lo desperdiciamos. Al día siguiente de comprado lo consideramos duro y lo tiramos. Da igual que caiga hacia arriba o hacia abajo. Según las estadísticas, en España, 660 millones de kilos de los 2.200 producidos, terminan en el cubo de la basura. Pienso en el hambre en el mundo, en las tragedias que asolan al mundo, y se me cae la cara de vergüenza. Con todo este despilfarro podríamos ayudar a mucha gente, reciclándolo, repartiéndolo, pero no lo hacemos. Preferimos comprar todos los días el pan calentito.
Una fantástica es la de la ONG PAN CONTRA EL HAMBRE. Sus voluntarios recogen por las panaderías todo ese pan duro, lo preparan como comida para animales, y el dinero de la venta lo destinan a proyectos de ayuda al Tercer Mundo.
Seguro que se pueden hacer otras muchas cosas para acabar con este despilfarro. ¿Qué ideas se os ocurren para no desperdiciar el pan duro?
SALUDOS: FALCO