En 1970 se fue el último vecino. No había futuro, ni carretera, ni luz eléctrica, ni agua corriente, ni ilusión. Después de 1.500 años de historia todo estaba perdido. Hasta que en 1981 llegó el primer vecino nuevo, un quijote rural decidido a salvar de la ruina al bellísimo caserío serrano. ¿Cómo resucitar un pueblo muerto?, se preguntó. Con el humo.
Las nueve de la noche y explota un cohete en el aire. De repente, dando bocanadas de humo, el pueblo comienza a respirar en colores al ritmo de Pachelbel y de la voz cristalina de un mirlo celoso. Azul, amarillo, morado, rosa, anaranjado, verde,… Un haz de estelas multicolores asoma desde cada chimenea, entremezclándose sobre los tejados en un calidoscópico arco iris.
En medio del silencio reverencial de todos los presentes, una señora no puede contener las lágrimas. Llora por el pueblo resucitado, pero también por todos esos cientos de pueblos brutalmente abandonados donde hace medio siglo que ya no sale humo de sus chimeneas. El pueblo está vivo y lo grita a los cuatro vientos. Quiere vivir, exige vivir, lucha por vivir.
¿Y por qué el humo? Estaban hartos de ser ninguneados, de luchar por tener servicios tan básicos como agua corriente, luz eléctrica, una carretera, teléfono o Internet. No se los daban porque decían que no existían, que en ese pueblo no vivía nadie. Había que levantar la voz, hacer una señal, y así nació este silencioso grito al mundo para decirle que existen, pues donde hay humo hay vida.
¿Vida? Pocos pueblos habrá más vivos que éste. Con tan sólo 12 vecinos residiendo permanentemente, sus fiestas son las más hermosas de cuantas he disfrutado nunca. Jóvenes, viejos y niños bailando juntos en la era, como una gran familia, hermanados por el mismo sentimiento de amor a una tierra, a un proyecto vital. Donde gracias a la magia de su misterioso humo de colores los milagros existen.
Las nueve de la noche y explota un cohete en el aire. De repente, dando bocanadas de humo, el pueblo comienza a respirar en colores al ritmo de Pachelbel y de la voz cristalina de un mirlo celoso. Azul, amarillo, morado, rosa, anaranjado, verde,… Un haz de estelas multicolores asoma desde cada chimenea, entremezclándose sobre los tejados en un calidoscópico arco iris.
En medio del silencio reverencial de todos los presentes, una señora no puede contener las lágrimas. Llora por el pueblo resucitado, pero también por todos esos cientos de pueblos brutalmente abandonados donde hace medio siglo que ya no sale humo de sus chimeneas. El pueblo está vivo y lo grita a los cuatro vientos. Quiere vivir, exige vivir, lucha por vivir.
¿Y por qué el humo? Estaban hartos de ser ninguneados, de luchar por tener servicios tan básicos como agua corriente, luz eléctrica, una carretera, teléfono o Internet. No se los daban porque decían que no existían, que en ese pueblo no vivía nadie. Había que levantar la voz, hacer una señal, y así nació este silencioso grito al mundo para decirle que existen, pues donde hay humo hay vida.
¿Vida? Pocos pueblos habrá más vivos que éste. Con tan sólo 12 vecinos residiendo permanentemente, sus fiestas son las más hermosas de cuantas he disfrutado nunca. Jóvenes, viejos y niños bailando juntos en la era, como una gran familia, hermanados por el mismo sentimiento de amor a una tierra, a un proyecto vital. Donde gracias a la magia de su misterioso humo de colores los milagros existen.