Hoy, preso de una gran tristeza- profunda y amarga- me llevo a escribir esta misiva. Va dirigida a él, aunque me consta que no me lee. Lo hago porque me impulsa su ausencia. Me dirijo a él, a través de la
música de esa brisa que, por entre naranjos, mece suavemente la arboleda de nuestra ribera.
Querido Eugenio: hoy, día amargo y gélido del mes de enero del año dos mil trece, me dirijo a ti dando rienda suelta a la pena. Tú, no me leerás ¡Qué más yo quisiera! Pero, tengo que escribir; por ti,
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