Tengo ganas de morir en el más negro
rincón. ¡Qué dices, Encarnación! Ayer, paseaba yo, peripatético, por un
pueblo de la Mancha. De esas veces que uno pasea absorto y compungido; o más bien, ausente y preso de la melancolía. De pronto, sonó el teléfono- los teléfonos tienen la buena
costumbre de sonar; y, a veces, de joderte la
siesta- Al otro lado del hilo una voz más bien grave, conocida y hermana. ¡Paco, hermano! ¿Cómo estás? –Me dijo aquella serena voz - Bien, ¡Qué alegría! ¿Qué es de tu vida?
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