GRANADILLA: Los Bandoleros de Jiganzales...

Los Bandoleros de Jiganzales

Ya viene por esos montes,
ya viene Miguel Dosado,
con el trabuco a la espalda,
a las grupas del caballo.
Ha dejado a Florentina
pa que la cuide Serrano.
Él se abaja con Corrales
por la montaña p’abajo.
Se ha encontrado a un labrador
en un paredón arando:
– ¿Quién vive en el caserío
que se divisa allá abajo?
–Unos cuantos pastores
que viven de sus rebaños,
de lo que dan sus jaciendas,
de lo que dan sus ganados.
Es pequeño el caserío,
Jiganzales es llamado,
que en todo orden depende
de donde está el juzgado,
que es el pueblo de Granadilla,
que desde antiguo es mentado.
Miguel Dosado dio órdenes
a todos los sus muchachos
que se echaran cuerpo a tierra,
se abajaran arrastrando,
y al pobre del labrador,
pa que estuviera callado,
le arrebanaron el cuello
con un puñal acerado,
que si le daban un tiro,
se oirían los trabucazos.
Al igual que van las águilas
en busca de los gazapos,
cayeron en Jiganzales
la banda de Los Muchachos.
Serrano, como era tuno,
al alcalde lo ha apresado,
y lo lleva a la taberna
con los brazos maniatados.
–Echa vino, tabernero,
que te lo manda Serrano,
que este que viene conmigo
me ha traído convidado.
Y vete haciendo la lumbre,
y vete haciendo un guisado
con el mejor chivarrillo
que pasta por estos prados.
Como son pocos vecinos,
a todos los encerraron
en un corral de colmenas
que estaba junto a un regato,
pusiendo por vigilancia
a cuatro de Los Muchachos.
Estando en tales contiendas,
un arriero albercano
bajaba por el camino
con sus dos machos cargados.
Se ha acercado a la taberna
y al tabernero ha llamado.
Y cuál fue la su sorpresa
que se ha encontrado a Serrano
haciendo de mesonero,
con una jarra en la mano.
–Beba, beba el arriero
el vinillo de este jarro,
que es posible que no vuelvas
a beber un solo trago.
Ya se puson a comer
la carne de aquel chivarro.
Vaciaron un pellejo,
vaciaron otros cuatro.
Se comieron los turrones
del arriero albercano.
Después de haberlos comido,
le hicieron fregar los platos.
Luego, juegaron con él
y lo quedaron corato,
le echaron mano a su partes,
de una viga lo colgaron.
Cogieron el aguardiente,
cuando el vino terminaron.
A eso de ponerse el sol,
todos estaban borrachos.
Un mozo de Jiganzales,
llamado Manuel “El Chato”,
aprovechó la ocasión
y la pared ha escalado.
Salió aprisa del corral,
pa Granadilla ha marchado,
a dar cuenta a la justicia
de los hechos que han pasado.
Se juntan gente de armas,
la batida ha comenzado.
Al pasar la media noche,
a Jiganzales llegaron
y tomaron posiciones
pa abatir a Los Muchachos.
Estando en tales contiendas,
unos perros que han ladrado.
Se ha despertado del sueño,
se ha despertado Serrano,
y mando a Polo el de Ahigal
pa que avisara a Dosado.
Y Miguel se levantó
con el trabuco cargado.
–Coge, Polo, a dos muchachos,
irvos hasta aquel cercano,
que cuando ladran los perros,
algo se está barruntando.
No les dio tiempo a llegar
hasta el muro del cercado.
Cayeron como conejos
de tres certeros disparos.
Al percatarse muy pronto
de que estaban rodeados
mandó Miguel al momento
que el pueblo fuese incendiado.
Serrano, como era un cruel,
cogió unos jaces de pasto
y prendiéndolos de fuego,
al corral los ha arrojado.
De resultas de los jumos,
perecieron dos ancianos,
y otro grupo de vecinos
con quemaduras quedaron.
Por lo oscuro de la noche
y el incendio de los campos,
todavía se escaparon
gran parte de Los Muchachos.
Se metieron pa Las Jurdes,
entre jaras y chaguarzos,
pero quiso Dios del cielo
que fueran acorralados
y al cabo de pocos meses,
las cabezas les cortaron.
En el corral de colmenas
del pueblo de Jiganzales
hay una piedra grabada
con un letrero de sangre,
que dice de esta manera
a todos los caminantes:
“Este pueblo fue víctima
de un montón de criminales,
que por nombre ellos se llamaban
Muchachos de Santibáñez”.