Manooolo, ¿a que no nos mojas?, decían gritando los muchachos en el
parque, mientras hacían muecas y burletas al jardinero que, paciente, a veces los complacía echándole un roción de
agua con la manguera que usaba para regar las plantas, con el natural alborozo, carrerillas y algarabía. Esta, tenía más gorullos y ataduras que el tubo de escape del seiscientos de un cacharrero, por los que se escapaban hilillos de agua que terminaban formando charcos en los que ellos se metían pateando para que salpicara
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