Pero ayer, muchos de los que estuvieron internados en los campos de concentración nazis y a pesar de todos llegaron vivos hasta hoy, se juntaron en varias ciudades y recordaron aquellos horribles años de su vida. Testigos de una barbarie que solo los hombres podemos llegar a cometer.
Pero el día veintiuno de los corrientes, se le hizo un homenaje en un pueblo de la Comarca del Bajo Llobregat, a quince o veinte supervivientes que padecieron en sus carnes y en las de sus familiares directos, la dureza que aquél régimen político que muchos aún recuerdan, impusieron en las prisiones españolas con el objetivo de “recuperarlos para la sociedad.” Y, uno de ellos, tras subir a duras penas los tres escaloncillos hasta el estrado donde habían unos señores revestidos de autoridad que le entregaron unos diplomas y le mostraron su agradecimiento, al bajar, renqueando y apoyado en la barandilla, aún le quedaron fuerza para soltar con su voz cascada pero enérgica, un emocionado ¡viva la república!, que tuvo la virtud de hacer que todos los que seguían el acto en respetuoso silencio desde el patio de butacas, se pusieran de píe al unísono y estallaran en un arrebatado aplauso. Muchos con lágrimas en los ojos.
¿Y a mi qué me cuentas tú duendín tontín, si yo estoy aquí más pancha que un jigo chumbo en mi recién labrado jardincillo recolectando los huevos de mis gallinitas ponedoras?
Y tienes toda la razón mocita, como siempre, antes como antes y ahora como ahora; como le dijo el chaval aquél que hoy es ya es un hombre mayor a su padre un día que éste pretendió hacerle ver el antes y el después.
Vámonos de botellón y no me cuentes batallitas. Si hay negros o rumanos o portugueses o moros para coger aceitunas o racimos de uvas por cuatro perras y sin declarar, ¿para qué quieres que vaya yo? Eso sería cosa de tontos. Además, a esta gente hay que sacarle la pringue antes de que los echemos a todos de España, de nuestra España, porque no tienen nuestras mismas costumbres ni religión y además no se integran en ellas.
Salud.
Pero el día veintiuno de los corrientes, se le hizo un homenaje en un pueblo de la Comarca del Bajo Llobregat, a quince o veinte supervivientes que padecieron en sus carnes y en las de sus familiares directos, la dureza que aquél régimen político que muchos aún recuerdan, impusieron en las prisiones españolas con el objetivo de “recuperarlos para la sociedad.” Y, uno de ellos, tras subir a duras penas los tres escaloncillos hasta el estrado donde habían unos señores revestidos de autoridad que le entregaron unos diplomas y le mostraron su agradecimiento, al bajar, renqueando y apoyado en la barandilla, aún le quedaron fuerza para soltar con su voz cascada pero enérgica, un emocionado ¡viva la república!, que tuvo la virtud de hacer que todos los que seguían el acto en respetuoso silencio desde el patio de butacas, se pusieran de píe al unísono y estallaran en un arrebatado aplauso. Muchos con lágrimas en los ojos.
¿Y a mi qué me cuentas tú duendín tontín, si yo estoy aquí más pancha que un jigo chumbo en mi recién labrado jardincillo recolectando los huevos de mis gallinitas ponedoras?
Y tienes toda la razón mocita, como siempre, antes como antes y ahora como ahora; como le dijo el chaval aquél que hoy es ya es un hombre mayor a su padre un día que éste pretendió hacerle ver el antes y el después.
Vámonos de botellón y no me cuentes batallitas. Si hay negros o rumanos o portugueses o moros para coger aceitunas o racimos de uvas por cuatro perras y sin declarar, ¿para qué quieres que vaya yo? Eso sería cosa de tontos. Además, a esta gente hay que sacarle la pringue antes de que los echemos a todos de España, de nuestra España, porque no tienen nuestras mismas costumbres ni religión y además no se integran en ellas.
Salud.
