Notaba huraño al primer oficial. Iba de un lado al otro con cara de extrema concentración, taciturno, sin prestar atención a nada ni a nadie, ensimismado en sus cavilaciones. Por eso le prestó atención.
Se fijó que tenía en un bidón de plástico casi lleno de salfuman todos los dardos disponibles en La Golondrina. Que en los aparatos de a bordo tenía marcadas las coordenadas, la deriva, la sagita y el ángulo de proyección precisando el de incidencia y, en un momento dado, moviéndose por la cubierta como simio en celo, se fue hacía el puente. Muy intrigado se fue tras él y, al observar que sostenía con sus manos como garfios el disparador, le salió del alma el grito, ¡PEZQUEñINES NO! Reaccionó, se distendió la tensión y exclamó, ES QUE SON PIRAñAS, SEñOR, pues después de alimentarles, me quieren comer a mí.
Tranquilo señor primer oficial, yo soy del Monte Porrino y, allí, las tratamos muy bien, justo hasta cuando cogen unas arrobas, después, servidas en plato frío y un revuelto de patatas a gallo, se engullen que es un placer.
Vizcaíno.
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