Buen rifirafe.
¡voto a Bríos!
¿Pero quién es el tal Brios o Bríos?
¿Será algún morito o morita de esos que nos quieren invadir empezando por la separatista Catalunya? ¿Será un sefardita que quiere tornar a Sefarat tras su largo forzado exilio?
¿Seré yo?
¿Será una rosa o será un clavel?
Un día de estos, quizá hallaré la respuesta a esta pregunta que me atormenta desde que era chico y leía aquella literatura tan apropiada para desarrollar en los infantiles cerebros, un espíritu belicoso contra los sarracenos de toda condición y laya. Como eran tan malos....., pues enseguida me daban ganas de vengar aquellas sus iniquidades cometidas contra los buenos, aquellos esforzados héroes que luchaban a brazo partido y Tizona desenvainada, contra el afilado filo de las cimitarras que pretendían mantener mi país con sus principios superiores, bajo el yugo opresor de un mundo de infieles a todas luces exento de la sabiduría que da la verdadera luz de la civilización superior.
Yo, me hacía una espada con una vareta de olivo o de un cacho de listón de tabla y le aguzaba la punta para que hendiera mejor en el corazón del enemigo, además, me preparaba un escudo con cartones o tablas más anchas y, así pertrechado, junto con mis files guerreros, me iba a tomar la alcazaba de los recalcitrantes enemigos que, curiosamente, hablaban como yo, en almendralense, subvariante regional de la lengua de mis mayores provenientes de tierras Astur-Galaicas.
¡Joé! Cuántas batallas y encerronas le preparábamos a nuestros rivales. Bueno, algunas veces nos descalabraban ellos a nosotros porque, los muy sagaces y ladinos, desde una posición más alta, usaban sus catapultas y nos llovían los peñascazos. Circunstancia ésta, que nos obligaba a un repliegue táctico. O sea, dar media vuelta y atacar de frente desde un lugar más seguro. Maniobra que traducida a la lengua vulgar de entonces, quería decir, maricón el último que nos abren el tarro a todos. Ahora ya, menos, porque mis crespas crenchas han desaparecido de su emplazamiento natural pero, antes, cuando me las segaban contra mi voluntad, aún se veía entre su espesura las blancas cicatrices obtenidas como recompensa a mis enconados esfuerzos por liberar de las garras de los más malos de los malos, a mi dulce princesita de ojos garzos y luenga ondulada cabellera rubia como las espigas de trigo en sazón.
Salud y República.
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