SUBIENDO AL
CASTILLO DE
SANTA BARBARA
Eran las seis de la tarde de aquel día de
verano, el sudor tuvo su parte con un esfuerzo inhumano. Aquel hombre mesetario con su sombrero de paja, un esfuerzo extraordinario que allí no tuvo rebaja. Para sentirse valiente entre las
piedras labradas, quiso seguir muy presente el calor de sus andadas. Subir tranquilo su altura, mirando el
mar por debajo, era derrochar diablura sin conocer ni un atajo. Al divisar
Alicante en esas tardes preciosas, se notó más arrogante
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