En las ofrendas, Silvia y Verónica, Luis y Tomasín y Oscar y Noelia y Estefanía llevan al altar los frutos de la tierra y de su trabajo (donde está el frontón estaban las eras para trillar el centeno y la cebada, que hoy ya no hay). Hoy, la miel y el repollo, las flores y los juegos de los niños... El cardenal hace la señal de la cruz en la frente de pequeños y enfermos. Un anciano saca el moquero de cuadros de colores y se seca una lágrima: demasiado fuertes los recuerdos. El padre Demetrio (tres agustinos atienden pastoralmente a seis pueblos de la sierra norte) no deja de dar las gracias. Y el Vicario, don José María Bravo Navalpotro está feliz. Y el alcalde, y todos. Han sido treinta millones bien gastados, la mitad pagados por la Iglesia diocesana, y el resto por la generosidad del propio pueblo y de la Comunidad de Madrid. La Puebla tiene futuro.