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MADRID: ¡Eeeh, hola!, que buenas tardes tardes recia moza!...

¡Eeeh, hola!, que buenas tardes tardes recia moza! Que sigo con el arte del buen gobierno, pues ya se me pasó la dulce modorra que proporciona el néctar de uva.

Estábamos en el año 1.824. El Felón, con sus camarillas y desde polvorientas sacristías seguía dándole palos a la mula negra unas veces y otras a la torda, fiel a su estilo ruin.

En El Almendral, ínclitos varones escribían al dictado de barones sus normas a una población domesticada y aterrorizada y, en el artículo 14, dedicado a los jornaleros decían:

Los jornaleros del campo sean del trabajo que fuesen empezarán a trabajar en todo el año desde las ocho de la mañana, hasta las doce del día, y después de la una de la tarde hasta ponerse el sol, excepto los jornaleros de siega que empezarán a trabajar desde salir el sol hasta las doce, y desde las dos de la tarde hasta ponerse el sol bajo la pena de doce reales y dos días de cárcel al que no cumpliese con dar a su amo dichas horas de trabajo sin perjuicio de los convenios particulares.

Nota.- En el invierno, los días son cortos y si hoy, sale el sol más o menos a las ocho y a las 18 ya es de noche, supongo que trabajarían unas ocho horas diarias pero, fijémonos en los segadores. “.. empezarán a trabajar desde salir el sol hasta las doce; supongo que rezarían El Angelus, comerían algo si tenían y luego, a las dos, con la calorina, a doblar el lomo de nuevo hasta que se pusiera el sol, cosa que sucede alrededor de las 21 en los meses de la siega. Total, unas once horas bajo el sol ardiente y azuzados por un manijero imbécil además de analfabeto y baboso.
Para arreglar la cosa, la amenaza, al que no cumpla ese horario o su debilidad no le permita cumplir, multa al canto, y si no puede pagar, a la puta cárcel.

Pero sigo con el artículo 28. Majadas de cerdos, ¿majadas?
Que ningún vecino conforme a la ordenanza municipal ponga majadas de cerdos a cien pasos de la circunferencia del Pueblo bajo la pena de diez ducados.

Fijémonos, dice cien pasos, unos cien metros, lo que quiere decir que a los que vivían en la calle las Tiendas o en la de la Torre, apenas les llegaría la pestilencia pero, aquellos que tenían sus casas de tapias o piedra seca en la de los Picos o en la de la Cuesta, pues que se jodieran, a fin de cuentas y como le oí decir a una “señora” este agosto pasado estando en la terraza del bar La Fábrica, sólo eran y son para ella“... esa morralla”.

Continúo después que han invadido mi espacio vital unos huéspedes menudos.

Salud