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MADRID: Liliput es el País de los enanos al que llegó un día...

Liliput es el País de los enanos al que llegó un día aciago en el que empezó a escasear el néctar.
En el vivía uno acostumbrado a buscarlo y, a veces, encontrarlo en los lugares más extraños, pero, llegó un vez en que halló tanto y tan bueno, que desistió de buscar más, es más, abandonó su guarida habitual y se trasladó a vivir al sitio donde manaba.

Se dio la circunstancia que, casi a la misma vez que él, un inquieto ratoncillo de cloaca también encontró el manantial donde este brotaba a borbollones pero, el animal, fiel a su instinto, no se trasladó de domicilio y siguió yendo desde el agujero donde cobijaba hasta aquél lugar mágico. Comía tanto como le apetecía, y luego se iba a su casa o continuaba con sus investigaciones habituales por si hallaba algo que le apeteciese más o, sencillamente, porque en la variación está el gusto. El caso es, que seguía siempre en forma y mantenía sus sentidos alerta.

El liliputiense, sin embargo, llegó a verse tan seguro en su nuevo aposento, donde no faltaba nunca su preciado manjar que, poco a poco, se fue ensanchando por el medio; se compró nuevo vestuario y objetos de ornato para exteriorizar ante todo el mundo su magnífica nueva situación, haciendo constante ostentación de sus bienes ante amigos y desconocidos hasta el extremo, de sentirse como un ente superior, cuasi divino.

Pasó el tiempo y, olvidados ya sus viejos hábitos y perdido el instinto innato que le llevó hasta el feliz hallazgo, vivía en su molicie improductiva, sabiendo, que nunca jamás le faltaría de nada pero, mire usted por donde, una mañana, al ir a libar su ración matutina de néctar, vio que, el sitio de donde salía estaba seco, no había nada. Asombrado, perplejo, sufrió un ataque tremebundo de ira y, rabioso, aullaba con su voz atiplada, ¿¡quién se ha llevado mi néctar!? Y así, después del sofoco vespertino, llegó el medio día y, como no se creía lo que había pasado, tornó a buscar su sustento. Tampoco lo encontró. Y tampoco por la noche, ni al día siguiente, ni al otro, ni al otro ni los días después. Estaba exangüe, inane, sin ánimos para moverse del punto de donde antes surgía la maravilla que era la fuente de su vida, Sólo era capaz de decir con un hilo de voz cada vez más débil, ¡quién se ha llevado mi néctar! ¿Quién se ha llevado mi néctar? Quién.

El ratoncito, la misma mañana que el pequeño hombre descubrió que ya no brotaba ni una gota del maná fuente y principio de su bienestar y esplendor, ni siquiera se sorprendió pues, hacía ya mucho tiempo que percibía cómo iba languideciendo el chorro de aquella sustancia alimento de semidioses, así que, al ver que se había secado, dio media vuelta y por los intrincados pasadizos que formaban el laberinto de la vida, comisqueando algo aquí y un poco acullá, tardó muy poco rato en verse de nuevo satisfecho y feliz pero, no por eso, dejó pasar ni un sólo día sin sondear el entramado de los callejones y galerías susceptibles de proporcionarle una nueva fuente de energía.

Es lo que hay mocita, si puedes, dale a Patxi la enhorabuena de mi parte.
Salud.