Según la
leyenda, el Dios Júpiter abandono a su esposa, la mortal Tíria, al enamorarse de la
ciudad de Tarragona, que le encantó. La
historia nos dice que el año 218 a. C. los
romanos se establecieron estratégicamente en este lugar, que llegaría a convertirse con el tiempo en
Capital de la Hispania Citerior. De aquel esplendor se conserva un riquísimo patrimonio
monumental que nos permite admirar
restos como la
Muralla que rodea el
Casco Antiguo, el
Forum, el
Anfiteatro, el
Acueducto, la
Torre de los Escipiones y el
Arco de Bara entre muchos otros.
Su
nombre, según el profesor Guillermo Tejada, tiene su origen en su nombre primitivo, un hidrónimo prelatino, redundante o repetitivo, "
Tarraco"/"Tar (r) ago", de " (Au/Ou) T (a+a) r (a+a) co/-go", es decir, "
río-río-río", simplificando, "río" (junto al-), por su localización junto al
río Francolí ("el río franco" de la
Edad Media). Pero al finalizar el
Imperio Romano, bien debido al desarrollo e importancia de la ciudad, y para diferenciarla jerárquicamente de los demás poblados de su comarca, se le añadió el sufijo prelatino, "ona" = "grande/importante", dando lugar a "Tarrag (o+o) na", "la gran Tarraco" -pero refiriéndose a la ciudad - (lo más seguro); o bien, debido a la latinización y romanización
medieval de "Tarraco-/Tarrago-nis", con el significado primitivo de "el río" -y el poblado, a "Tarragona", refirindose ýa la ciudad en concreto, que es lo que quedará.