BARCELONA: Como neblina, llena de humedad,...

Ingenuos, solitarios caminan por la vida
y en sus desnudos hombros llevan sin saberlo
el peso invisible de pan, gavillas e incienso
que jamás conocieron.
Y en la escasez de amores de la calle
van derramando quebradas tristezas
que se clavan en sus frágiles hombros
como dagas, como afilados cuchillos de soledad.

Son los niños de la calle, son los brotes inmaduros
de esos besos y esas vidas rotas que un día
Hombre y Mujer juraron compartir y que hoy,
vagan como sombras silenciosas acorralados por la soledad
en las calles heladas donde vacían sus miradas de auxilio.

Hay mucha gente que en las aceras vomita su indiferencia
para no involucrarse en este flagelo que nos muerde
por los cuatro puntos cardinales.
Y ellos en la inocencia blanca de sus ojos de uva
asisten al macabro espectáculo del egoísmo humano.
Y se nos van de las manos y del alma y se consumen
como antorchas dantescas de nuestro propio desamor.

Y van por las riberas de la vida con el alma en ristre
cansados de vagar en soledad y se hacen hombres en las caletas
allí donde muere la infancia y en la oscura noche hambrienta
mastican a solas el amargo llanto que nadie ve y que nadie siente
y desde el fondo de su alma, huérfana les nace
su propia guerra interior que los consume.

Son los niños que nacieron de vientre ajeno pero llevan estampados en sus pupilas los ojos y la inocencia de nuestros propios hijos.
Y ni siquiera por eso
lo que llamamos conciencia o corazón
se estremece al paso desvalido de sus desventuras
y en nosotros no existe ni el granito de arena ni siquiera de mostaza
porque la tierra que oscurece nuestra alma
no nos permite ver la enorme venda
de orgullo que se extiende a nuestro paso
como roja alfombra bajo la cual guardamos insensibles
nuestras propias culpas y “ para vivir en paz “
hacemos ojos ciegos a todo cuanto acontece con estos niños.

Son los HIJOS de la Calle, los mismos que pudieron pensar un día
que los sueños son como pájaros que se escapan de las manos
y que sin darse cuenta una tarde prematura de años infantiles
baten alas y como campanas tocando a retiro, mueren
abandonados de todos, en la misma calle que un día silenciosa
anidó miles de ilusiones que se ahogaron en el maldito
y frío tráfago citadino de este bello país tan lleno
de ejemplares e ilustres ciudadanos..

Como neblina, llena de humedad,
llena de celo y de sed de sangre
avanza la viuda negra,
en los últimos estertores de la noche;
escudriña. busca, merodea
en busca del macho perfecto y apetitoso.

Va marcando el territorio con su carga
hormonal sedienta del nuevo trofeo
que se sumara a su período morbolunar
manjar de su labio como pan bendito.

Camina, imperdonable, vacía,
feroz en su marcha infinita
oscura en la oscuridad
brillante y clara en su alborada.

De noche, las hojas se quejan a su paso
y los insectos huyen despavoridos
ante tan tremenda verdad de la selva,
esta increíble homicida en potencia.

En una danza sin estrellas presentes
canta en silencio sus largas noches insomnes
espera…callada…. espera... silente.
Y aunque sea lecho de oprobio…espera-

A lo lejos se aproxima, lleno de deseos
Y perfumado de sexo, desbordando
espermios por los poros de su cuerpo,
la víctima que caerá en sus ansiadas redes.

El macho llega, y se acerca a su viuda negra
le teme, retrocede… se acerca
deja que ella lo incite a lo inevitable
y la unión se produce en un espacio de tiempo
que nadie ni nada podría haber evitado.

Allí esta la Viuda Negra, ahíta de semen
llena de huevos, casi sonriente y casi humana
y bajo las ramas del árbol cómplice
cuelgan loas restos mortíferos
del que fue su amante.

Ahora la viuda negra, se alimenta,
se prepara para la próxima temporada
y ya ha logrado ser la Viuda Negra
Negra que por su libertad canta
entre mordiscos a la noche,
esperando que la próxima temporada
le depare, nuevamente, una noche
de Negras viudas o de Viudas Negras.

María Cristina Aliaga Luna