BARCELONA: 3...

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El calabobos, es una lluvia finísima, continua, pertinaz como decía “ese hombre”. Es muy habitual en la Cornisa Cantábrica, donde las nubes se pegan al terreno como la fiel infantería y, si te descuidas o no la conoces, acabas empapado hasta la médula de los huesos. Dando tiritones y posiblemente, con un gripazo de los de no te menees. De ahí el dicho.

Hoy en día, en que parece que el anticiclón de las Azores ya no es tan determinante como se creía antes de que los meteorólogos hubiesen depurado sus técnicas prospectivas, el aludido fenómeno meteorológico que, en sí mismo viene muy bien para que la tierra absorba la humedad necesaria con la que alimentar a todo lo que en ella se cría; parece que se está extendiendo al resto de las Españas, Carcundia incluida pero, eso sí, sustancialmente modificado pues, por los eriales se manifiesta en forma de aluvión de palabras exentas de contenido y plenas de fútiles banalidades que, actuando igual que el calabobos en cuestión, van impregnando poco a poco pero sin pausa, las entendederas menos favorecidas por las diosas de la Madre Naturaleza, hasta convertirlas en un caldo pringoso incapaz de diferenciar lo bueno de lo malo, lo negro de lo blanco, a los asesinos de sus víctimas. En ese caldo, como es natural, se desarrollan unas bacterias antropomorfas capaces de devorar todo rastro de vida humana más evolucionada. Las cuales terminan desapareciendo para dar paso a estos engendros procedentes del pasado y de infausto recuerdo para todos.

Creo moza recia, que habría que vigilar mejor los charcos en los que ahora medran, para que no se cierre el círculo y alcancen el fin para el que fueron creadas por las oscuras hordas infernales.

Como la Corriente del Golfo va y viene, dando lugar al Niño y a la Niña con los desastres que acarrean a su paso, sería conveniente estar más atentos a estos fenómenos que, una vez pasada la ola grande, infestan los charquitos, charcos y charcones hasta convertilos en pudrideros malolientes.
Así estamos, veinte años ya del derrumbe por oxidación, del muro que dividía una gran nación y dos concepciones diferentes del mundo y de la vida en sociedad y vemos cómo, estas formas depredadoras, se van haciendo omnipresentes en todas las cabinas de control de las fuentes de vida y progreso hasta convertilas en estériles máquinas, que usan sólo para su disfrute. Fieles como siempre al patrón introducido en su código genético.

Esto moza, te lo digo hoy también desde dos columnas y un trasfondo, dos cipreses, dos columnas, mira el resto.

Salud.