De la Opinion
Cincuenta aniversario de la tragedia de Ribadelago
Inundación del pueblo
Los desesperados gritos de algunos vecinos alertaron a los habitantes que dormían en sus camas de la rotura de Vega de Tera y, quien pudo, buscó la salvación subiéndose a las peñas.
Ribadelago, Avelino Parra ha reinstalado en la pequeña cruz que emerge entre las peñas de un solar de Ribadelago la placa que recuerda que su hermana Clementina falleció en la tragedia del 9 de enero de 1959, en plena juventud. Unos chavales andaban desclavándola y la recogió. De nuevo aparece estos días tal cual ha estado durante muchos años. Otros monolitos siguen dando fe de unas muertas ocurridas a una edad impensable y con toda la salud encima del cuerpo.
La inundación de Ribadelago, con una descarga de ocho millones de metros cúbicos de agua llegados con una potencia brutal y una velocidad de vértigo, segó la vida de hombres, mujeres y niños; padres, madres e hijos. Matrimonios y familias de toda edad y condición fueron barridas al completo o quedaron diezmadas para siempre en menos de media hora. Catorce familias desaparecieron en su integridad. Fueron unos instantes increíbles, que sólo los supervivientes han podido describir con toda su crudeza porque salvaron la vida, en casos, de un modo milagroso.
Los gritos desesperados de los que estaban despiertos alertaron del infierno y los peñascos, que son un elemento destacado del núcleo, fueron la tabla de salvación de numerosas personas. A ellos accedieron y sobre ellos sortearon el mar de aguas que se tragó a 144 personas.
El ingeniero Eduardo Nicanor Díaz Ríos se enteró de la rotura «por teléfono, sobre las tres de la madrugada», cuando se hallaba en su casa de Viana del Bollo.
Al alcalde pedáneo, Martín Fernández, la riada le pilló como a tantos otros en la cama, y se percató de la inundación por los gritos de los vecinos y, al salir a la galería observó que el agua «invadía el pueblo y llegaba a su domicilio, situado en la parte alta del pueblo».
« ¡Se ha reventado la presa. Levántense, levántense!» fueron los desesperados gritos lanzados por Agustín Parra. Gracias a esto sus padres Manuel Parra y Rosa Otero salieron a escape de la cama y lograron encaramarse a unas peñas. Ramona Fernández salió escopetada hacia el campanario, al igual que hicieron más de una veintena de personas, escapando de unas aguas que derribaban viviendas y ahogaban todo lo que cogían por delante.
Al campanario también subió Francisco Parra nada más saltar de la cama al escuchar «un fuerte ruido como si fuera un ciclón» y al ver que el agua tomaba la calle. La casa fue barrida por la tromba.
El montículo del campanario igualmente fue el refugio de Fernando Proy, que pasó por unas circunstancias inconcebibles. Este vecino estaba acostado cuando las voces le alertaron de que había que salvarse, «que se había roto la presa». Según declaró entonces, «cogió inmediatamente a un niño de dos años en brazos, y salió rápidamente llevando delante de si a otros dos hijos, uno de once y otro de trece, y llevando a su señora a la espalda porque se hallaba enferma porque había dado a luz recientemente, trasladándose hasta el campanario». Sin perder un segundo regresó para buscar a otros dos hijos pequeños que tenía en la casa y que no había podido trasladar, a los que recuperó y trasladó al campanario. En aquel momento se dio cuenta, al preguntarle su mujer por el niño de tres días, que se había quedado en casa y regresó lográndolo recuperar cuando ya el agua llegaba al primer piso. Desgraciadamente, la pequeña criatura murió.
Pedro Proy, de 49 años entonces, pudo salvar a la numerosa familia que poblaba la casa, formada por la esposa, nueve hijos y la madre. Lo hizo haciendo un agujero al desván de la casa y, cuando el agua subía metros, haciendo otro segundo agujero en el tejado. Uno a uno fue pasado a la familia a manos del hijo mayor y así, «afortunadamente» salvó a todos los suyos.
Olegario Parra y su mujer Casilda Fernández vivieron unos momentos agobiantes porque cuando quisieron darse cuenta, por las llamadas de la madre de la mujer, el agua ya estaba en casa, que se derrumbó. El matrimonio perdió dos hijas y un hijo.
Una situación crítica vivió Mercedes Puente que «se encontraba en la cama rezando cuando oyó un ruido como que fuera un huracán». Según declaró entonces, «Se tiró de la cama en cuyo instante le llegaba el agua por el pecho. Se dirigió hasta donde estaba su madre y sacó a su madre a nado hasta una ventana. El agua continuó subiendo y cuando la cama estaba pegada el techo, se encontraba agarrada a un palo. Luego el agua empezó a descender y fue auxiliada».
Un vecino salvó a Josefa Sousa y a su hija María Josefa. La casa fue hundida por la riada.
Justa Puente, de 22 años entonces, consiguió salvarse y sacar a su abuelo Segundo Rodríguez, enfermo, pocos segundos antes de que no quedara de la casa más que «las paredes laterales».
Maruja Puente, alertada por los gritos, logró alcanzar un peñasco llevando consigo a una hija de tres años y a otra de quince meses.
El vecino Magín Parra, de 33 años y con mujer y cuatro hijos, también estaba en la cama y con las voces de otros vecinos saltó de la cama cuando ya el agua inundaba la vivienda. Las aguas arrastraron al hijo de cuatro años, José Luis.
Haciendo un hueco en el tejado de la casa y encaramándose a la peña salvaron la vida Juan Parra, su esposa y sus dos hijos. Como tantos otros, allí permanecieron «hasta la mañana siguiente» soportando unas temperaturas insoportables.
En los peñascos y en las alturas buscaron refugio Rosa Otero, Ramona Fernández-, Antonio Fernández- Segundo Rodríguez, Francisco Parra, Antonia Otero, Justa Puente, Beatriz Otero.
Arsenia Parra se hallaba en el momento de la tromba espadando lino «cuando oyeron un ruido grande y, en principio, creyeron que se trataba de un ventarrón muy fuerte». Pero rápidamente vieron que el agua se apoderaba del pueblo.
Vicente Puente salvó la vida porque, hallándose enferma, fue a dormir a casa de una hija. El agua arrastró la casa llevándose a su marido. Maura Rodríguez consiguió escapar, junto con el marido y los hijos, momentos antes de que el agua derrumbara la casa.
Tampoco los efectivos de la Guardia Civil escaparon a la desgracia y vivieron con similar apuro la fatalidad.
El cabo primero Modesto Martínez Aparicio y el guardia Modesto García Doval, que se encontraban en la casa-cuartel del poblado de Moncabril, según relataron entonces, «hacia las 0,15 horas oyeron unos fuertes ruidos y silbidos producidos por la corriente de agua. Al salir al exterior observaron las calles estaban inundadas y que penetraba en el cuartel procediendo a poner a salvo toda la documentación del puesto y armamento, así como a la familia de Modesto Martínez, compuesta de esposa y cuatro hijos, que fueron trasladados hasta el edificio de la central, todo ello luchando contra la corriente de las aguas por espacio de 20 minutos.» Tras dar el aviso de los sucedido al puesto de Pías, «por estar cortadas todas las líneas de comunicación con superiores y autoridades», trataron de desplazarse hacia al pueblo, «salvando en el curso de la marcha a Ceferino Gutiérrez, que estaba en estado preagónico». Sin embargo, no cruzar al pueblo resultó una tarea imposible por haberse llevado las aguas el puente.
Ponen de manifiesto a sus superiores, además, que el guardia Angel Fernández, «que salvó al matrimonio Francisco Parra y su esposa Antonia», les informó «de lo terrible que era la riada». También el guardia Manuel Carrasco afirmó haber salvado al matrimonio formado por Miguel Puente y Domingo Puente, con toda su familia. En la catástrofe ribalaguesa perdieron la vida el guardia Isidro Hernández Bravo, su esposa y la hija, que fueron arrastrados por la tromba de agua que se llevó por delante la vivienda que habitaban.
El pueblo de ribadelago primeramente recibió con toda su contundencia una avalancha de agua de casi ocho millones de metros cúbicos de agua, cargados de materiales de todo volumen y grosor. Los puentes y los montículos graníticos favorecieron un reembalsado que igualmente reventó succionando con su marcha hacia el Lago a otras viviendas y edificios que habían aguantado el primer y mortífero embate de agua. «Hasta aquí nunca ha llegado el agua» dicen que expresó Melchor sólo unos segundos antes de desaparecer para siempre. El monolito que recuerda su fallecimiento es uno de los más vistos por quienes visitan Ribadelago Viejo.
Momentos dramáticos
Peñas de salvación
Ribadelago es un núcleo donde los montículos graníticos y las peñas constituyen parte del urbanismo y, en casos, constituyen mapas o enciclopedias de la evolución histórica. Estas alturas fueron la atalaya de salvación de decenas de vecinos cuando el agua de Vega de Tera invadió las calles y las viviendas del pueblo.
Agonía doméstica
Cerca de mil ovejas y cabras, más de un centenar de vacas y de cerdos, yeguas, centenares de gallinas, gatos, perros. Los animales domésticos murieron encerrados en las cuadras en medio de unos clamores que llamaban la atención de los supervivientes encaramados y ateridos sobre las peñas.
Fuente de las declaraciones: Archivo Histórico Provincial
Cincuenta aniversario de la tragedia de Ribadelago
Inundación del pueblo
Los desesperados gritos de algunos vecinos alertaron a los habitantes que dormían en sus camas de la rotura de Vega de Tera y, quien pudo, buscó la salvación subiéndose a las peñas.
Ribadelago, Avelino Parra ha reinstalado en la pequeña cruz que emerge entre las peñas de un solar de Ribadelago la placa que recuerda que su hermana Clementina falleció en la tragedia del 9 de enero de 1959, en plena juventud. Unos chavales andaban desclavándola y la recogió. De nuevo aparece estos días tal cual ha estado durante muchos años. Otros monolitos siguen dando fe de unas muertas ocurridas a una edad impensable y con toda la salud encima del cuerpo.
La inundación de Ribadelago, con una descarga de ocho millones de metros cúbicos de agua llegados con una potencia brutal y una velocidad de vértigo, segó la vida de hombres, mujeres y niños; padres, madres e hijos. Matrimonios y familias de toda edad y condición fueron barridas al completo o quedaron diezmadas para siempre en menos de media hora. Catorce familias desaparecieron en su integridad. Fueron unos instantes increíbles, que sólo los supervivientes han podido describir con toda su crudeza porque salvaron la vida, en casos, de un modo milagroso.
Los gritos desesperados de los que estaban despiertos alertaron del infierno y los peñascos, que son un elemento destacado del núcleo, fueron la tabla de salvación de numerosas personas. A ellos accedieron y sobre ellos sortearon el mar de aguas que se tragó a 144 personas.
El ingeniero Eduardo Nicanor Díaz Ríos se enteró de la rotura «por teléfono, sobre las tres de la madrugada», cuando se hallaba en su casa de Viana del Bollo.
Al alcalde pedáneo, Martín Fernández, la riada le pilló como a tantos otros en la cama, y se percató de la inundación por los gritos de los vecinos y, al salir a la galería observó que el agua «invadía el pueblo y llegaba a su domicilio, situado en la parte alta del pueblo».
« ¡Se ha reventado la presa. Levántense, levántense!» fueron los desesperados gritos lanzados por Agustín Parra. Gracias a esto sus padres Manuel Parra y Rosa Otero salieron a escape de la cama y lograron encaramarse a unas peñas. Ramona Fernández salió escopetada hacia el campanario, al igual que hicieron más de una veintena de personas, escapando de unas aguas que derribaban viviendas y ahogaban todo lo que cogían por delante.
Al campanario también subió Francisco Parra nada más saltar de la cama al escuchar «un fuerte ruido como si fuera un ciclón» y al ver que el agua tomaba la calle. La casa fue barrida por la tromba.
El montículo del campanario igualmente fue el refugio de Fernando Proy, que pasó por unas circunstancias inconcebibles. Este vecino estaba acostado cuando las voces le alertaron de que había que salvarse, «que se había roto la presa». Según declaró entonces, «cogió inmediatamente a un niño de dos años en brazos, y salió rápidamente llevando delante de si a otros dos hijos, uno de once y otro de trece, y llevando a su señora a la espalda porque se hallaba enferma porque había dado a luz recientemente, trasladándose hasta el campanario». Sin perder un segundo regresó para buscar a otros dos hijos pequeños que tenía en la casa y que no había podido trasladar, a los que recuperó y trasladó al campanario. En aquel momento se dio cuenta, al preguntarle su mujer por el niño de tres días, que se había quedado en casa y regresó lográndolo recuperar cuando ya el agua llegaba al primer piso. Desgraciadamente, la pequeña criatura murió.
Pedro Proy, de 49 años entonces, pudo salvar a la numerosa familia que poblaba la casa, formada por la esposa, nueve hijos y la madre. Lo hizo haciendo un agujero al desván de la casa y, cuando el agua subía metros, haciendo otro segundo agujero en el tejado. Uno a uno fue pasado a la familia a manos del hijo mayor y así, «afortunadamente» salvó a todos los suyos.
Olegario Parra y su mujer Casilda Fernández vivieron unos momentos agobiantes porque cuando quisieron darse cuenta, por las llamadas de la madre de la mujer, el agua ya estaba en casa, que se derrumbó. El matrimonio perdió dos hijas y un hijo.
Una situación crítica vivió Mercedes Puente que «se encontraba en la cama rezando cuando oyó un ruido como que fuera un huracán». Según declaró entonces, «Se tiró de la cama en cuyo instante le llegaba el agua por el pecho. Se dirigió hasta donde estaba su madre y sacó a su madre a nado hasta una ventana. El agua continuó subiendo y cuando la cama estaba pegada el techo, se encontraba agarrada a un palo. Luego el agua empezó a descender y fue auxiliada».
Un vecino salvó a Josefa Sousa y a su hija María Josefa. La casa fue hundida por la riada.
Justa Puente, de 22 años entonces, consiguió salvarse y sacar a su abuelo Segundo Rodríguez, enfermo, pocos segundos antes de que no quedara de la casa más que «las paredes laterales».
Maruja Puente, alertada por los gritos, logró alcanzar un peñasco llevando consigo a una hija de tres años y a otra de quince meses.
El vecino Magín Parra, de 33 años y con mujer y cuatro hijos, también estaba en la cama y con las voces de otros vecinos saltó de la cama cuando ya el agua inundaba la vivienda. Las aguas arrastraron al hijo de cuatro años, José Luis.
Haciendo un hueco en el tejado de la casa y encaramándose a la peña salvaron la vida Juan Parra, su esposa y sus dos hijos. Como tantos otros, allí permanecieron «hasta la mañana siguiente» soportando unas temperaturas insoportables.
En los peñascos y en las alturas buscaron refugio Rosa Otero, Ramona Fernández-, Antonio Fernández- Segundo Rodríguez, Francisco Parra, Antonia Otero, Justa Puente, Beatriz Otero.
Arsenia Parra se hallaba en el momento de la tromba espadando lino «cuando oyeron un ruido grande y, en principio, creyeron que se trataba de un ventarrón muy fuerte». Pero rápidamente vieron que el agua se apoderaba del pueblo.
Vicente Puente salvó la vida porque, hallándose enferma, fue a dormir a casa de una hija. El agua arrastró la casa llevándose a su marido. Maura Rodríguez consiguió escapar, junto con el marido y los hijos, momentos antes de que el agua derrumbara la casa.
Tampoco los efectivos de la Guardia Civil escaparon a la desgracia y vivieron con similar apuro la fatalidad.
El cabo primero Modesto Martínez Aparicio y el guardia Modesto García Doval, que se encontraban en la casa-cuartel del poblado de Moncabril, según relataron entonces, «hacia las 0,15 horas oyeron unos fuertes ruidos y silbidos producidos por la corriente de agua. Al salir al exterior observaron las calles estaban inundadas y que penetraba en el cuartel procediendo a poner a salvo toda la documentación del puesto y armamento, así como a la familia de Modesto Martínez, compuesta de esposa y cuatro hijos, que fueron trasladados hasta el edificio de la central, todo ello luchando contra la corriente de las aguas por espacio de 20 minutos.» Tras dar el aviso de los sucedido al puesto de Pías, «por estar cortadas todas las líneas de comunicación con superiores y autoridades», trataron de desplazarse hacia al pueblo, «salvando en el curso de la marcha a Ceferino Gutiérrez, que estaba en estado preagónico». Sin embargo, no cruzar al pueblo resultó una tarea imposible por haberse llevado las aguas el puente.
Ponen de manifiesto a sus superiores, además, que el guardia Angel Fernández, «que salvó al matrimonio Francisco Parra y su esposa Antonia», les informó «de lo terrible que era la riada». También el guardia Manuel Carrasco afirmó haber salvado al matrimonio formado por Miguel Puente y Domingo Puente, con toda su familia. En la catástrofe ribalaguesa perdieron la vida el guardia Isidro Hernández Bravo, su esposa y la hija, que fueron arrastrados por la tromba de agua que se llevó por delante la vivienda que habitaban.
El pueblo de ribadelago primeramente recibió con toda su contundencia una avalancha de agua de casi ocho millones de metros cúbicos de agua, cargados de materiales de todo volumen y grosor. Los puentes y los montículos graníticos favorecieron un reembalsado que igualmente reventó succionando con su marcha hacia el Lago a otras viviendas y edificios que habían aguantado el primer y mortífero embate de agua. «Hasta aquí nunca ha llegado el agua» dicen que expresó Melchor sólo unos segundos antes de desaparecer para siempre. El monolito que recuerda su fallecimiento es uno de los más vistos por quienes visitan Ribadelago Viejo.
Momentos dramáticos
Peñas de salvación
Ribadelago es un núcleo donde los montículos graníticos y las peñas constituyen parte del urbanismo y, en casos, constituyen mapas o enciclopedias de la evolución histórica. Estas alturas fueron la atalaya de salvación de decenas de vecinos cuando el agua de Vega de Tera invadió las calles y las viviendas del pueblo.
Agonía doméstica
Cerca de mil ovejas y cabras, más de un centenar de vacas y de cerdos, yeguas, centenares de gallinas, gatos, perros. Los animales domésticos murieron encerrados en las cuadras en medio de unos clamores que llamaban la atención de los supervivientes encaramados y ateridos sobre las peñas.
Fuente de las declaraciones: Archivo Histórico Provincial