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MALVA: Tachuela 41...

Tachuela 41

mi primo Ramonito (Dios le tenga en su gloria)...

No se acordará mucha gente, pero hubo un palomar subiendo por el camino que sale de la puerta de Las Verrugas en dirección a la ermita, pasando el cebonero de Tomás el Piche, a la izquierda. Era de mi tío Nino el Adán.
Una vez, ese palomar era el fuerte que tenía que defender, el General Custer, del ataque de los indios comandados por Jerónimo. Arriba, en el tejado, vigilaban los soldados y alrededor del fuerte, asediaban sigilosamente los indios.
En una escaramuza, Jerónimo consiguió acercarse a la pared del fuerte creyendo que nadie lo había visto y frotándose las manos. Aquello estaba hecho, en cuanto llegaran los refuerzos, el fuerte sería suyo. Nada podía fallar, sólo un ataque aéreo le privaría de hacerse con el palomar con to las buracas dentro, pero la aviación todavía no estaba inventada así que, tranquilo, no hay cuidao.
“Aviones no tendremos, pensaba el General Custer, pero tenemos unos adobes cojonudos, que al que no matan, lo arranan.” En esto que Jerónimo, tratando de acomodarse para esperar los refuerzos, se sentó encima de un cardo y su chillido lo delató. El General Custer lo guipó, y en un alarde de arrojo y de estrategia militar, le arreó con el adobe en to la cabeza, esbaratándole el penacho al pobre Jerónimo.”

“Pues yo me había quedado dormida, tú verás yo sola en el sofá tiradaza, como no me voy a dormir. Me he despertado de repente como si las ánimas me hubieran dao una carrillada (eso se lo oí una vez a la Sra. Carmen y me hizo mucha gracia).”


Gumer y José (Heli)


Una noche de verano, de las que todavía trasnochábamos un poco, estábamos tomando unos “johndys”, entre otros Chema, Miguel, Pedro y yo (Heli). José Pintas, andaba, el hombre, con su puntín alegre, y los demás no hacían más que picarle una miaja, para hacerlo rabiar, como es costumbre a esas horas.
El que más le picaba era Gumer. En cuanto José decía alguna cosa, Gumer le contradecía y, para darle más veracidad, implicaba a Chema que, el hombre, certificaba lo que decía Gumer, con su pachorra habitual, como que casi no le quedaba más remedio, fuera verdad o no.
En esto que, José, arrimándose a la barra a pedir otra cerveza y viendo que Gumer se iba hacia la puerta de la calle a asomarse una miaja, le suelta, en el tono de hartura en que dice las cosas José:
- “El día que te mueras no pienso ir ni al entierro, fíjate lo que te digo.”
A lo que Gumer contestó desde la puerta del bar y sin mirar atrás:
- “A mi me da igual, me van a llevar los Kikis de Abezames, con que no te digo más.”

El billete de Fede (Heli)

Fede, el cuñao de PON, siempre anduvo de dinero, como todos, los demás, a las tres menos cuarto. Tenía la costumbre de doblar los billetes de veinte duros hasta que ocupaban, más o menos, lo que una lenteja, para meterlo bien en el bolsillo pequeño de los vaqueros, el que está por cima del bolso donde metemos las manos, que se viene a romper y que, una vez roto, sirve para tener más a mano lo que siempre llevamos tapado.
Se conoce que un día perdió la partida y le toco arrimarse a la barra, a pagar las consumiciones.
Fede sacó de su bolsillo pequeño el billete de veinte duros, doblado como siempre, lo menos en veinte pliegues y empezó a desdoblarlo.
La tarea llevaba su tiempo y Gumer esperaba, mirando con detenimiento la operación que Fede llevaba a cabo con tanto dolor de su corazón: era el único billete pa toda la semana y sabe Dios cuándo volvería a ver otro igual.
En ese momento, Gumer, le soltó:
- " ¡Mira a ver, que creo que vienen dos!"
La risotada fue mayúscula o de marca mayor vamos.

Continuará.

Salud.