Tachuela 29
contesta Miguel - Ha pues yo voy todos los días a trabajar haciendo este recorrido.
Y con razón, otra vez que todos los caminos van a parar al mismo sitio, a Roma.
Visita al Parador Nacional de Fuente De, en los Picos de Europa (Heli).
Seguro que casi todos lo conocéis, así que no tengo que recordaros lo impresionante que resulta subir en el teleférico, derecho a una mole descomunal de granito, que parece que te vas a chocar contra ella, al tiempo que vas ganando una altura de coj..., digo de narices.
Pues resulta que subieron cuatro matrimonios: el de Fede, Miguel, Alfredo, que estaba de luna de miel y el de Heli. Nada más llegar arriba, a la izquierda de la parada del teleférico, había un mirador, colgado sobre una pared vertical de unos 800 m. que quitaba la respiración. Sobre todo, porque además de la altura a la que estaba situado, tenía el suelo hecho con unos listones de hierro cruzados unos con otros, que daban todavía más impresión. Iban entrando en el mirador de dos en dos, porque apenas cogían tres personas y porque no se fiaban de que aquello resistiera, hasta que le llegó el turno a Miguel, que entró dando un par de brincos, encalcando bien fuerte para ver si aquellos hierros resistían.
Los hierros del balconcillo resistieron, pero quedaron con más nervios que un filete de tercera. Para que se les pasaran, dieron una vuelta por la cima tratando de ver lo que según decían, era el Naranco de Bulnes. Aunque, más que el Naranco, les preocupaba cómo recuperar el apetito con tanta impresión y tanto susto.
El teleférico tenía unos horarios de bajada, pero hasta que no se llenaban un poco los vagones, no arrancaban, para aprovechar un poco más los viajes, de manera que cuando vieron que se acercaba la hora de lo que más convenía a sus drupos, fueron entrando en el vagón hasta ver si se llenaba y se iban acercando al plato.
En el vagón había una parejita de novios adolescentes, comiéndose el morrito, un matrimonio mayor y creo que otras tres o cuatro personas. Tanto los que estaban dentro, como los que iban entrando, o no hablaban, bien fuera por la impresión, bien por tener los labios ocupados en otras cosas, o si lo hacían era muy bajito porque todavía estaban con los estómagos encogidos por todo lo que habían vivido allí arriba, y porque todavía les quedaba bajar de aquel abismo. Hasta que, de repente, entra Miguel en el vagón y comenta bien alto, para que se enteráramos todos:
- “Ahora risa, risa, la que pasamos la última vez que se cayó uno de estos vagones”
Soltó una carcajada el vagón entero y les entró tal risa llorona que, si tenían poca hambre, se les quitó del todo, por lo menos hasta que llegaron frente al cocido lebaniego que daban en Espinama, pero esa fue otra.
contesta Miguel - Ha pues yo voy todos los días a trabajar haciendo este recorrido.
Y con razón, otra vez que todos los caminos van a parar al mismo sitio, a Roma.
Visita al Parador Nacional de Fuente De, en los Picos de Europa (Heli).
Seguro que casi todos lo conocéis, así que no tengo que recordaros lo impresionante que resulta subir en el teleférico, derecho a una mole descomunal de granito, que parece que te vas a chocar contra ella, al tiempo que vas ganando una altura de coj..., digo de narices.
Pues resulta que subieron cuatro matrimonios: el de Fede, Miguel, Alfredo, que estaba de luna de miel y el de Heli. Nada más llegar arriba, a la izquierda de la parada del teleférico, había un mirador, colgado sobre una pared vertical de unos 800 m. que quitaba la respiración. Sobre todo, porque además de la altura a la que estaba situado, tenía el suelo hecho con unos listones de hierro cruzados unos con otros, que daban todavía más impresión. Iban entrando en el mirador de dos en dos, porque apenas cogían tres personas y porque no se fiaban de que aquello resistiera, hasta que le llegó el turno a Miguel, que entró dando un par de brincos, encalcando bien fuerte para ver si aquellos hierros resistían.
Los hierros del balconcillo resistieron, pero quedaron con más nervios que un filete de tercera. Para que se les pasaran, dieron una vuelta por la cima tratando de ver lo que según decían, era el Naranco de Bulnes. Aunque, más que el Naranco, les preocupaba cómo recuperar el apetito con tanta impresión y tanto susto.
El teleférico tenía unos horarios de bajada, pero hasta que no se llenaban un poco los vagones, no arrancaban, para aprovechar un poco más los viajes, de manera que cuando vieron que se acercaba la hora de lo que más convenía a sus drupos, fueron entrando en el vagón hasta ver si se llenaba y se iban acercando al plato.
En el vagón había una parejita de novios adolescentes, comiéndose el morrito, un matrimonio mayor y creo que otras tres o cuatro personas. Tanto los que estaban dentro, como los que iban entrando, o no hablaban, bien fuera por la impresión, bien por tener los labios ocupados en otras cosas, o si lo hacían era muy bajito porque todavía estaban con los estómagos encogidos por todo lo que habían vivido allí arriba, y porque todavía les quedaba bajar de aquel abismo. Hasta que, de repente, entra Miguel en el vagón y comenta bien alto, para que se enteráramos todos:
- “Ahora risa, risa, la que pasamos la última vez que se cayó uno de estos vagones”
Soltó una carcajada el vagón entero y les entró tal risa llorona que, si tenían poca hambre, se les quitó del todo, por lo menos hasta que llegaron frente al cocido lebaniego que daban en Espinama, pero esa fue otra.