Pero para gas, el que se metía nada más entrar detrás de la barra. Se ponía al pico un vaso entero, tamaño cubata, lleno de gaseosa de naranja y hasta que no lo acababa, no paraba. Con los ojos enrojecidos de tanta burbuja, no soltaba ni un leve eructo de buen provecho. Nada, t’ol chorizo p’a Simón.