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MALVA: Nada más abrir se iba a cambiar mientras yo echaba...

Nada más abrir se iba a cambiar mientras yo echaba un vistazo al local. Era una casa antigua, que terminó por asolar el boom inmobiliario. Para entrar, había que bajar dos peldaños en uno de los cuales afilaba el cuchillo cuando se le cegaba el filo. En el medio, una estufa de hierro fundido con cuatro patas que la separaban del suelo y con humero y todo. Cerca, quizá demasiado cerca de ella, andaba un gato que, de un día para otro, apareció con el espinazo medio doblado, como si fuera de plástico y hubiera dormido entre las patas de la estufa.