Por su impedimento físico, sólo atendía la plancha, así que sólo abría, por la mañana hasta la hora de comer y por la tarde a partir de las 7. Como no encendía la cafetera, aprovechaba para echarse una siesta de pijama y orinal. Durante algunos meses, yo esperaba a que abriera por la tarde, dando un paseo por su puerta. De repente doblaba la esquina, todo repeinado y arreglado y me saludaba con alguna barbaridad.