A todos nos hicieron reír y, desgraciadamente, a algunos llorar, personas como Felipe, que cruzaba la calle desde casa de su madre hasta la de Obdulia o la mía, donde mi padre hacía la distribución de la correspondencia para ir a repartirla. Alguna vez llegó a hacer parar al coche de línea que venía de Zamora. Yo casi no me acuerdo de él, a pesar de ser vecinos, pero al que si recuerdo bastante es a Esteban, el de Inmaculada.