No olvidaré, tampoco, el día en que, harto de que se le arramara la leche al hervirla, (todavía se hervían aquellas bolsas de leche, que llamaban del día), decidió permanecer durante todo el hervor, agarrado al mango del cazo. ¡Con lo pesado que se hace ese rato!. “Hoy no se me marcha”, llevaba escrito en la cara. Yo, mientras, le daba conversación para que no se le hiciera tan largo el rato, hasta que, de repente, le oigo vocear, al tiempo que levantaba el cazo del fuego:
- ¡Ahoooooraaaa!
Tampoco hubo forma, ese día, de salvar la leche. Y encima fue peor porque al levantar el brazo esperrió, además de los fogones, todo el suelo de la cocina.
- ¡Ahoooooraaaa!
Tampoco hubo forma, ese día, de salvar la leche. Y encima fue peor porque al levantar el brazo esperrió, además de los fogones, todo el suelo de la cocina.