47. Crónicas de una letra minúscula.
Sí simplemente se trataba de tirar un tiesto
Hemos mencionado muchas veces la vieja tradición de tirar tiestos, pucheros bombillas, frascos o cualquier tipo de cacharros, en las puertas de las casas, en carnavales, la cosa era sencilla, de aquella las puertas no se cerraban con llave y como en su mayoría eran de postigo, llamabas con el llamador, abrías la hoja superior y zas, le dejabas el regalito, para que la dueña de la casa, se entretuviera un rato en recoger los trozos, acordándose, en alguna medida de tus padres. Y salías a “to meter”, para que no te reconocieran y no supieran quién había sido.
Al final todo se que daba en: ¡Estos muchachos!
Pues bien, daba la circunstancia, que cuando mi madre y sus hermanos eran pequeños vivían en la misma casa donde vive mi madre hoy, al lado de la casa de la tía Eusebia, la casa del castillete, y enfrente, donde hoy vive la Sra. Inocencia, vivía la Sra. Isacia. Yo no conocí a esta mujer, como tampoco sé, la relación que tenía esta buena señora, con mis tíos y sus primos, los hijos de mi tía Eusebia, y mi madre, pero si sé, lo que le prepararon en unos carnavales, cuando solo eran unos chiguitos.
Estuvieron, hablando en plata, meando y cagando todos, durante varios días en un medio cántaro roto que encontraron tirado en un muladar, al concluir las preces, cuando ya casi lo tenían colmado de tan pestilentes miasmas, llamando a su puerta como era de rigor y costumbre, previa apertura de la parte superior del postigo, se lo arrojaron al interior de la casa.
Le dejaron los manjares y partieron poniendo pies en polvorosa.
Salud.
Sí simplemente se trataba de tirar un tiesto
Hemos mencionado muchas veces la vieja tradición de tirar tiestos, pucheros bombillas, frascos o cualquier tipo de cacharros, en las puertas de las casas, en carnavales, la cosa era sencilla, de aquella las puertas no se cerraban con llave y como en su mayoría eran de postigo, llamabas con el llamador, abrías la hoja superior y zas, le dejabas el regalito, para que la dueña de la casa, se entretuviera un rato en recoger los trozos, acordándose, en alguna medida de tus padres. Y salías a “to meter”, para que no te reconocieran y no supieran quién había sido.
Al final todo se que daba en: ¡Estos muchachos!
Pues bien, daba la circunstancia, que cuando mi madre y sus hermanos eran pequeños vivían en la misma casa donde vive mi madre hoy, al lado de la casa de la tía Eusebia, la casa del castillete, y enfrente, donde hoy vive la Sra. Inocencia, vivía la Sra. Isacia. Yo no conocí a esta mujer, como tampoco sé, la relación que tenía esta buena señora, con mis tíos y sus primos, los hijos de mi tía Eusebia, y mi madre, pero si sé, lo que le prepararon en unos carnavales, cuando solo eran unos chiguitos.
Estuvieron, hablando en plata, meando y cagando todos, durante varios días en un medio cántaro roto que encontraron tirado en un muladar, al concluir las preces, cuando ya casi lo tenían colmado de tan pestilentes miasmas, llamando a su puerta como era de rigor y costumbre, previa apertura de la parte superior del postigo, se lo arrojaron al interior de la casa.
Le dejaron los manjares y partieron poniendo pies en polvorosa.
Salud.