CRÓNICAS DE UN
PUEBLO
Aquellos
veranos de principios de los 70, cuando todavía no teníamos más obligación que coger saltones, poner pajareras o, como mucho, sacar las granzas, nos gustaba acercarnos, cuando no estaban los dueños, a las buchinas, a empaparnos la ropa, más que a darnos un baño.