Pues, como decía, uno de aquellos veranos, en los primeros años del bar La Pacheca, al ser el único bar que había abierto, Gúmer q. e. p. d., nos mandaba a la calle a partir de las doce de la noche y, si queríamos trasnochar un poco, teníamos que idear algo en qué pasar el rato. Se nos ocurrió preparar una batida de pardales para cenarlos al día siguiente. Era fácil cogerlos: en los pozos de las huertas, se ponía una red que tapara el brocal, se tiraban unos cantos o se daban unas palmadas y cuando trataban de escapar, caían en la red, como moscas. También cogíamos fácilmente los que dormían en las parras. En la de Lolina, los había por miles. Cuando nos parecieron suficientes para una buena cena, fuimos a pelarlos a casa de Pili y de Manu. ¡Menudo espajoneo de plumas!