Se hacía querer, enseñando a Feliciano cómo se hacían ángulos en el encerado, aunque fuera a cabezazos, o a Pon, señalándole, en su cabeza, la cordillera Carpetana y la Oretana. Llegó a ser, por su bravura el temido, cuando se empeñó en atacarnos, con diez cañones por banda, para que aprendiéramos el dichoso poema de Espronceda.